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“He sufrido de insomnio desde que era niño”, con esa confesión, hace apenas unas semanas, el gran maestro del periodismo colombiano, Juan José Hoyos, despidió su columna dominical en estas mismas páginas. “Después del quinto o sexto día [de no dormir] ya no se encuentra diferencia entre el día y la noche -escribió-. Todo se vuelve un eterno presente (...). La cabeza se pone como si te hubieran golpeado con un martillo toda la noche... Y empiezan a sucederte cosas desconocidas. Oyes que alguien te habla y volteas a mirar y no ves a nadie”.
Como diría el poeta Miguel Hernández, “sentí un latido en el alma” cuando leí la despedida-columna de Juan José. Sus palabras trajeron a mi mente su voz cálida y esta se mezcló de pronto con la de Borges, que en su poema Insomnio dice: “De fierro, / de encorvados tirantes de enorme fierro tiene que ser la noche, / para que no la revienten y la desfonden / las muchas cosas que mis abarrotados ojos han visto, / las duras cosas que insoportablemente la pueblan”.
Repetí una y otra vez ese poema en aquellas noches en las que cumplí seis años secuestrado por las Farc, justo cuando también una facción del EPL secuestró a mi hijo Juan Carlos. Conocer esa noticia provocó un dolor, una impotencia tan profunda, que sentí que mi cuerpo, lugar de la temporalidad de mi vida, estaba inerme. Como escribió Juan José: El resto del día aguardas la noche con miedo.
El insomnio es doloroso y por ello obliga a buscar paliativos. Eso, creo, es lo que en parte nos ha regalado los prolijos escritos de Hoyos. Lo digo, porque la escritura fue también para mí cierta sanación ante aquellas noches tormentosas. En la selva, escribí versos para mi familia: Mi cuerpo, amante eterno de acero obediente. / De balsámicas utopías. / Que con la dureza de la soledad envejecerá. / Rápido / voraz por devorarme terminará”.
Antes de mi secuestro había leído El oro y la sangre, magnífica obra que le mereció a Hoyos el premio Germán Arciniegas. Y tras mi fuga del cautiverio -cuando les pedí asesoría para escribir mi libro testimonial-, sus colegas Germán Castro Caycedo y Gustavo Álvarez Gardeazábal me dijeron que aquí en Medellín tenía cerca al mejor cronista de Colombia. Así que su libro La pasión de contar, el periodismo narrativo en Colombia, fue un faro para mi propio proceso de escritura. Y fue él, Juan José, quien en la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín, en el 2009, presentó el producto final: Años en silencio.
Fue un honor contar con su compañía absuelta de egos, y su voz tranquila, esa del niño que -como en escribió una de sus pupilas, la periodista Patricia Nieto- optó por los molinos de viento del Quijote antes que por el viento que elevaba las cometas de sus amigos en la calle”. Ahora este extraordinario hombre lucha contra los molinos de viento que quieren arrasar su tranquilidad. Se ha lanzado a luchar contra ellos, como lo dijo el Quijote: “desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla”.
¡Lucha!, maestro Juan José.