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0 y 6
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Frisaba los 13 años. Todos los días, del colegio a mi casa, tenía que cruzar el centro de Medellín. Un día sentí que alguien me jalaba del brazo, era un ladrón que me arrancaba el reloj, un reloj barato, pero era mi reloj. Comencé a gritar: ¡cójanlo, cójanlo! La gente también gritó y salieron varios en persecución del ladrón. Lo cogieron y lo llevaron a la estación, a los cinco minutos me devolvieron el reloj. Fue tanta la adrenalina y el pánico que sentí que no volví a pasar por ahí en mucho tiempo. Tenía miedo de encontrarme de nuevo al ladrón, pensé que si me veía, me haría daño.
Después de eso me han robado varias veces y pasan varias cosas: primero, indignación e impotencia porque nunca agarran a los ladrones; segundo, a excepción del reloj, nunca he recuperado mis cosas; y tercero, quedo con una sensación de indefensión y miedo que me intoxican el alma.
Estoy seguro que, así como a mí, a muchos les pasa lo mismo. En Colombia a todos nos han robado o conocemos a alguna víctima de robo. Por eso, el hurto se volvió paisaje. La mezcla de escasez económica y falta de educación hacen que cada día tengamos más ladrones y naturalicemos el robo. No hemos caído en la cuenta de que no es normal. No es normal sentir miedo de sacar el celular en la calle. Nos acostumbramos a eso, pero no es normal. Es preocupante. Ante la falta de soluciones somos un país que normaliza sus males: la corrupción, el robo, el narcotráfico, el prevaricato y el famoso CVY.
Además, no solo nos roban la tranquilidad y la confianza, nos robaron el derecho a desahogarnos. Nos sentimos culpables porque debimos ser más precavidos. La manía de echarle la culpa a la víctima. De los mismos creadores de: “eso le pasa por salir vestida así”, tenemos los “pa’ qué dejó la ventana abierta”, “eso le pasa por contestar una llamada en la calle”, “debió poner cámaras”, “¿Sí vio?, ¡dio papaya!”.
Los ciudadanos en los robos nos sentimos solos e indefensos. Crece la desconfianza porque en la mayoría de los casos no se hace justicia. Los ladrones siguen libres y uno vive con miedo, se archiva el caso y listo. Esto pasa, entre otras cosas, porque el sistema de justicia es defectuoso.
La seguridad merece un especial cuidado; ya hemos visto que, cuando hay abandono del Estado, la gente se cansa de las injusticias y nace la anarquía y el caos, el resultado va desde el linchamiento a un ladrón de barrio hasta formar grupos de autodefensas, lo que, como sabemos, empeora el problema y fecunda el miedo. Es labor de todos, en especial de los gobernantes, velar para que no se repita.
Por ahora, sigamos así, que nos sigan robando, mientras nuestros gobernantes derrochan presupuesto y tuitean como adolescentes. Sigamos normalizando el robo y culpando a la víctima porque dio papaya, porque, como decía mi abuela, al menos hay salud