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Los escándalos de corrupción que sufrimos todos los días, siempre el último peor que el anterior, muestran el gran deterioro económico, político, social y moral del país. ¡Sí, descubrí que el agua moja!
Pero tan preocupante como la corrupción en sí misma, es el nivel de tolerancia que hemos desarrollado frente a ella. Como si de tanto tropezarnos con la pata de la cama, en el dedo gordo del pie se nos formara un cayo cada vez más grande, más duro y menos doloroso. Acaso incómodo, pero soportable.
Mientras el Estado encuentra la manera de garantizarnos transparencia, recompone el sistema judicial, cuyas ridículas penas son tierra abonada para los corruptos, y encuentra formas eficaces para que la contratación pública no sea el marranito que quiebran los vivos cada tanto, en la rutina del día a día los de a pie podemos, debemos y tenemos que dejar de normalizar todo lo malo que ocurre a nuestro alrededor. Que sea imposible erradicar la corrupción de la faz de la tierra y llevar sus niveles a cero no quiere decir que tengamos que aceptarla porque “así son las cosas”.
Está más que comprobado que la falta de educación no siempre es causa de la podredumbre que nos cuesta más de cincuenta billones de pesos cada año. Para estudiados, los jefes pluma blanca de los más grandes aquelarres, no de brujas sino de hampones: El Guavio, Foncolpuertos, el proceso 8.000, el Carrusel de la Contratación, Reficar, Saludcoop, Interbolsa y Odebrecht, entre muchos otros casos.
Si fuera por falta de oportunidades, por cada pobre habría un delincuente y tampoco es así. No sé si la genética tenga algo que ver, pero creo que la crianza sí influye, y mucho, en este problemononón salido de madre. Somos muy buenos criticando todo lo que pasa en el vecindario, señalando culpables y pidiendo cabezas de los gobernantes porque no entregan los resultados esperados en 3, 2, 1, como si fuera soplando y haciendo botellas, ¿pero qué hacemos nosotros por esta sociedad agobiada, doliente, paciente e indolente, además de quejarnos y posar como mosquitas muertas que no quebramos un plato ni tenemos ninguna vela en ese entierro?
Somos duros críticos de la corrupción ajena, pero absolutamente tolerantes con una serie de “pequeños” delitos cotidianos que todos cometemos y que parecen insignificantes: Cuando incumplimos horarios, tomamos atajos, burlamos las normas, evadimos impuestos, no asumimos responsabilidades ni para recoger el popó del perro o hacemos lo que nos da la gana simplemente porque nadie nos está vigilando.
La humanidad está harta de tiranos que no respetan a sus semejantes, a los animales, el medio ambiente, la vida ni los bienes ajenos, las normas, los conductos regulares ni el paso a paso para llegar a donde quieran.
Puede que haya una generación perdida, pero vienen otras detrás. Si hoy les celebramos que hagan trampa en el examen, se pasen por encima o por debajo del torniquete para no pagar el pasaje o lleguen a la casa con pertenencias ajenas y parte sin novedad, después no nos alcanzarán los kleenex para secarnos las lágrimas por no haberles enseñado, ojalá con el ejemplo, a no ser como aquellos que tanto criticamos. ¡Todavía se puede!
“La picadura de insecto más letal del mundo es la de la mosquita muerta”. No sé quién sea el autor de la frase, pero le presento mis respetos.