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Lo primero, primero

Más que incorporar en los procesos educativos componentes técnicos sobre el uso de la IA, lo que se requiere urgentemente es profundizar sobre la capacidad que desarrollamos en nuestros alumnos de ponderar y discernir con sentido ético.

27 de enero de 2024
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  • Lo primero, primero

Por Alejandro Noguera C. - alejandronoguerac@gmail.com

La necesidad de incorporar la Inteligencia Artificial en el proceso educativo de niños y jóvenes parece un nuevo imperativo que no se discute, y que a todas luces es razonable. Lo que no avanza al mismo ritmo es la definición de un plan para establecer cómo se educarán los educadores para orientar ese proceso. La complejidad detrás del avance tecnológico es tal que no permite la distinción entre alumnos y maestros, así como tampoco la delegación entera del tema a una institución educativa. El potencial de beneficio, como el de daño, es de tal magnitud, que nos requiere a todos enteramente involucrados. Todos iremos siendo alumnos y maestros al mismo tiempo, y en todo momento.

A propósito de este tema, encontré interesantes dos elementos presentes en el marco del Foro Económico Mundial de Davos, y que pueden dar luces sobre (1) Algunos principios que pueden orientar a los colegios y universidades en el mejor proceso de incorporación de la IA a sus procesos educativos; y (2) una aproximación ética a la evolución de este tipo de tecnologías, y útil también en el mismo propósito.

En relación con los principios, el más determinante consistirá en hacer énfasis en la necesidad de mantener siempre activa la ponderación entre los beneficios con los riesgos de la IA. Por ejemplo, mientras es claro el potencial que tiene la IA en contribuir al mejor diseño de evaluaciones y de mejores mecanismos de retroalimentación, es indispensable considerar el impacto que puede tener ésta en deteriorar la agencia y responsabilidad individual de profesores y estudiantes sobre sus propios actos, crucial en el proceso formativo.

En igual medida se presenta el potencial que tiene la IA en estimular la creatividad. Ya durante estas semanas se empezó a hablar de la posibilidad, por ejemplo, de que estas tecnologías puedan lograr que el ser humano interprete en su lenguaje lo que los animales, a través de diferentes expresiones y gestos, comunican en el suyo. Lo que no es claro aún es cómo verificar que el “traductor” efectivamente esté comunicando lo que el animal realmente quiere decir, y no lo que él, arbitrariamente, quiera transmitir.

Sobre las aproximación éticas, el planteamiento estuvo centrado en el riesgo que representa la IA en erosionar uno de los aspectos más sensibles y especiales de la dimensión humana: la autenticidad. Aún pudiendo habilitar la posibilidad de que personas que ya no están con nosotros puedan reaparecer virtualmente, de desarrollar herramientas para predecir lo que hoy es impredecible, nada reemplazará lo que le aporta el componente de imperfección a la naturaleza humana y a la esencia de la vida. De ahí que, más que incorporar en los procesos educativos componentes técnicos sobre el uso de la IA, lo que se requiere con más urgencia es profundizar sobre la capacidad que desarrollamos en nuestros alumnos de ponderar y discernir con sentido ético. Con lo que el reto más determinante, y no tan obvio, para la mejor evolución de la humanidad mientras avanza el desarrollo de estas tecnologías consistirá en sostener al ser humano como primer y último tomador de decisiones, siempre, por encima de cualquier IA.

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