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Columnistas | PUBLICADO EL 05 marzo 2023

Lo pequeño y lo grande

A veces perseguimos cosas que no valen nada y perdemos aquello que lo vale todo. No vemos que el mayor triunfo es conocernos a nosotros mismos.

  • Lo pequeño y lo grande
  • Lo pequeño y lo grande
* Director de Comfama.

Querido Gabriel,

En Jim Botón y Lucas el maquinista, uno de los libros “infantiles” más entrañables de Michael Ende, hay un capítulo lleno de lecciones para los que ambicionamos, sufrimos y tememos cosas que realmente no valen la pena. Recorrían los protagonistas un desierto y de pronto vieron a lo lejos a un gigante con una apariencia terrible y una voz atronadora, estuvieron a punto de salir huyendo. Pero una intuición los detuvo, algo en él no cuadraba con la idea que uno podría tener de un monstruo. Luego supieron que este hombre había escapado del mundo civilizado por sufrir de una dolencia debido a la cual se veía inmenso de lejos y, a medida que uno se iba acercando, llegaba al tamaño natural de cualquier persona, justo al contrario de la gente normal. Era un gigante aparente. ¿No será que muchas veces el deseo, el miedo y la angustia son, básicamente, un problema de perspectiva (moral, cultural o emocional), una ilusión óptica?

Los sesgos y las emociones de primate nos juegan malas pasadas todos los días. La vida sería distinta si supiéramos de antemano que esa pena amorosa llegaría a no doler en lo más mínimo, que ese examen o ese trabajo perdidos, esa reunión incómoda o esos pensamientos que rumiamos angustiados se difuminarían con los años por una razón simple: realmente no importaban gran cosa. Pero nos engañamos a cada rato, tomando por grande lo ínfimo, asumiendo que lo que duele o se desea con mucha fuerza es, por ello, relevante.

Los asuntos del ego son puras pequeñeces. ¿Cuánto tiempo perdemos persiguiendo ilusiones como el poder, la fama o la gloria? Los cargos, el dinero, la influencia y la aceptación de los desconocidos no valen nada comparados con lo verdaderamente grande, como el cariño de unos pocos amigos, el encuentro generoso con un buen libro, el cuidado de la familia o el amor de una buena persona. Ojalá aprendamos un día que las pasiones que tienden a dominarnos son como señales mal puestas en el camino, distracciones.

A veces perseguimos cosas que no valen nada y perdemos aquello que lo vale todo. No vemos que el mayor triunfo es conocernos a nosotros mismos, el privilegio más refinado consiste en recorrer las planicies del espíritu y la más fabulosa conquista es dejar de sufrir por pendejadas. Lo grande, y con esto quiero decir lo importante, está siempre más allá de las banalidades humanas, de lo terrenal y de los valores occidentales, está en los ancestros, los campesinos, lo femenino y lo natural, lejos de los caminos conocidos. Como las huertas, como la sabiduría, lo grande no se gana, solo surge gracias al cultivo paciente y amoroso del jardinero que resiste y persiste.

Provoquemos la tertulia con el bellísimo haiku de Borges, que bien pudiera expresar una duda acerca de un gigante aparente y la insinuación de un efímero milagro: “¿Es un imperio / esa luz que se apaga / o una luciérnaga?”. Conversemos del coraje que se requiere para acercarse a los gigantes aparentes, de la bondad para hablarles de frente y de la compasión para ponerlos en su justa dimensión. Toca también, quizá, soltar el ego, eludir las pequeñas preocupaciones cotidianas, abandonar las expectativas y prescindir de las ambiciones para poner, en su lugar, un par de buenos sueños y algunas sacras y limpias esperanzas.

David Escobar Arango

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