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La frágil normalidad

Ya casi se cumplen cuatro años desde que Putin decidió invadir Ucrania y trastocar la vida de millones de personas, pero hay dos instituciones a las que no ha podido doblegar y que son orgullo para los ucranianos: su sistema ferroviario y el servicio de correos Nova Poshta.

hace 26 minutos
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  • La frágil normalidad

Por Lina María Múnera G. - muneralina66@gmail.com

Una de las consecuencias de vivir en un país en guerra es la desaparición de la normalidad de la vida cotidiana. Se interrumpen los servicios básicos, se destruyen infraestructuras y recursos esenciales como la comida o el agua se vuelven escasos. Por eso, cuando todo está en contra, la gente busca aferrarse con desesperación a aquello que todavía funciona en un intento por volver a la vida que tenían antes de las bombas, los drones y las sirenas.

Ya casi se cumplen cuatro años desde que Vladímir Putin decidió invadir Ucrania y trastocar la vida de millones de personas, pero hay dos instituciones a las que no ha podido doblegar y que son motivo de orgullo para los ucranianos: su sistema ferroviario, el tercero más grande de Europa, y el servicio de correos Nova Poshta, que permiten mantener conectados a los ciudadanos no solo internamente sino con el resto del mundo.

Los trenes mueven cada día a 200.000 personas, y durante este tiempo infame que se ha vivido en Ucrania han llevado a cuatro millones de refugiados a las fronteras del país y han suplido el bloqueo marítimo, permitiendo exportar toneladas de bienes que contribuyen a sostener la economía.

Pero lo de Nova Poshta es asombroso. Con el compromiso de entrega al día siguiente, el servicio sigue imparable, inclusive en el propio frente de guerra. Miles de paquetes se acumulan cada día en las oficinas postales, convirtiéndose en fragmentos de vidas vividas en toda su normalidad y fragilidad. Llantas para el invierno, pantallas de televisión, cajas con chocolates, una aspiradora, cremas para la cara o una cama plegable. Esos objetos, tan corrientes y a la vez tan cotidianos, hacen olvidar por un momento la angustia que se vive y traen un poco de paz mental en medio de la guerra.

Cuentan que en las áreas fronterizas que se encuentran en plena zona de conflicto, los empleados del correo ucraniano son los últimos en irse y los primeros en llegar. Llevan chalecos antibalas y cascos, los vehículos en los que hacen sus entregas están expuestos a ser objetivo de los drones y aun así continúan realizando su trabajo. Entienden que ellos son el último vínculo que le queda a una comunidad amenazada y asediada con el mundo exterior.

Por eso mantienen abiertas sus oficinas en ciudades donde ya no quedan supermercados, colegios, agua, gas o electricidad. Cuando suenan las alarmas aéreas, cierran las oficinas y le permiten a la gente esperar allí si lo necesitan. Dentro tienen medicinas, agua, extintores de incendios y linternas. Y si les bombardean sus sedes, no dudan en instalar unidades móviles mientras las reparan.

Pero tal vez el ejemplo de mayor normalidad en medio del horror de la guerra que viven los ucranianos lo contó un joven comandante de batallón. Su mamá suele enviarle directamente al frente de batalla pastel horneado en casa que le llega gracias a Nova Poshta. No se trata de la comida, por supuesto, se trata de recordar lo que es un hogar en medio de ese infierno.

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