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La memoria del corazón

La neurociencia lo confirma: practicar la gratitud cambia físicamente nuestro cerebro, fortaleciendo las conexiones que nos ayudan a regular las emociones y a encontrar equilibrio incluso en la adversidad.

30 de noviembre de 2024
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  • La memoria del corazón

Por lewis acuña - @LewisAcunaA

Bajo el inclemente sol, la abuelita que caminaba ya con paso lento y a quien le costaba muchísimo agacharse, decidió hacerlo para plantar un arbolito. Con paciencia cavó el hoyo, depositó la semilla y la cubrió con tierra húmeda. Era consciente de que su tiempo terminaba y difícilmente vería florecer aquella semilla, pero también lo era de que la sombra que recibió y la protegió durante su vida provenía de los árboles que alguien había plantado antes. Agradecer no es solo mirar atrás, también es mirar adelante. Es una memoria viva que no solo honra el pasado, sino que también tiene la capacidad de extenderse hacia lo que vendrá.

La gratitud tiene esa magia: puede viajar en el tiempo. Conecta lo que recibimos con lo que estamos dispuestos a dar, aunque nunca lleguemos a ver los frutos de nuestros gestos. Es un puente entre lo que nos marcó y lo que queremos dejar como legado. Aquel árbol no era sembrado para suplir una necesidad propia, sino por la comprensión de que cada acto de agradecimiento tiene un impacto que va más allá de quien lo realiza. Agradecer no es una emoción, es una decisión. No es la sombra de aquel árbol lo que se busca, es la certeza de que alguien más la disfrutará.

Cuando eliges agradecer, no por lo que esperas recibir, sino por lo que quieres y puedes aportar, algo cambia. Ya no es una reacción, sino una creación. La gratitud deja de depender de las circunstancias para convertirse en una fuerza que guía tus acciones, en la raíz de algo que tal vez nunca veas florecer, pero que sabes que lo hará. Es esperanza. No siempre se trata de las grandes cosas. Es mirar el día a día con ojos nuevos y reconocer la belleza de lo simple, lo cotidiano. Una conversación inesperada, un abrazo oportuno, incluso las pequeñas dificultades que, como el árbol, nos enseñan a crecer con paciencia.

Paciencia, porque exige mirar más allá de la pérdida, más allá del dolor, y encontrar una chispa de significado en las experiencias más difíciles. La neurociencia lo confirma: practicar la gratitud cambia físicamente nuestro cerebro, fortaleciendo las conexiones que nos ayudan a regular las emociones y a encontrar equilibrio incluso en la adversidad. Es un acto intencional que nos invita a reinterpretar nuestras experiencias y a enfocarnos en lo que todavía tenemos, no en lo que nos falta. Lo que más nos duele también es lo que nos moldea y la gratitud no niega el dolor, lo transforma.

Es una fuerza que nos impulsa a vivir con conciencia, con el entendimiento de que cada día, por pequeño que sea, contiene algo que podemos valorar. No importa si aquello que agradeces es simple o complejo, tangible o emocional. Lo importante es que cada vez que lo haces, cambias un poco la manera en que percibes tu propia historia, porque el agradecimiento es la memoria del corazón.

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