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Genio

hace 8 horas
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Por Lewis Acuña - www.lewisacuña.com

Lo que Salvador Dalí no imaginó es que quizá el mayor aporte que trascendería de su libro “El diario de un genio” no estaría en sus páginas, sino en la respuesta que le dio a un periodista sobre lo que había escrito en esa autobiografía y que podría cambiar tu forma de pensar.

El texto era una inmersión profunda en esa mente excéntrica y única del artista. En él, expone sin censura sus pensamientos más íntimos, sus obsesiones, sus teorías sobre el arte y la existencia. También, la frenética búsqueda de la inmortalidad y trascendencia a través de su obra.

Al hablar de Dalí es imposible no pensar en uno de sus rasgos más particulares, ese que es una autopista visual en la memoria para saber de quién se trata. “Por lo que hace a mis bigotes, no han cambiado, salvo que son más largos, más sabios, más duros y están recubiertos de más oro, el oro del tiempo. Los cuido cada mañana con la cera de bigotes que me mandan especialmente de Nueva York, y de cuando en cuando, los hago rizar por mi peluquero de Perpiñán, ese genio que me comprende mejor que nadie. Y no me imagino un mundo sin mis bigotes. Si un día mis bigotes se pusieran lacios o se cayeran, me convertiría en un triste burgués y perdería mi genio, mi talento, y hasta mi vida.”

De autoestima no carecía, es obvio. “Mientras desayuno, veo salir el sol y me doy cuenta de que, siendo Port Lligat, geográficamente, el punto más oriental de España, soy cada mañana el primer español en recibir la caricia del sol”, afirmaba sin falsa humildad, de hecho, con esa frase demostraba su capacidad para elevar lo cotidiano a lo extraordinario y una constante auto-mitificación, presentándose a sí mismo en una posición privilegiada y única en el mundo.

Lo de Dalí era una convicción absoluta y no negociable del valor que él mismo se daba. Su inteligencia emocional no se podría ajustar a un modelo “equilibrado” o “saludable” en el sentido terapéutico. En cambio, era una inteligencia emocional maximizada en la autoconciencia y la motivación. Pareciera realmente que nunca tuvo en su mente lugar para el “no puedo” o “no soy suficiente”. El autosabotaje pareciera nunca haber existido en él.

El gran surrealista es un modelo, quizás extremo, de cómo una fe inquebrantable en uno mismo y una total aceptación de la propia realidad pueden erradicar las semillas del impostor que a veces se instala en nuestra mente. La que no nos permite reconocer con entereza lo que hemos logrado y lo que somos capaces de alcanzar. No fue falta de humildad. Su vida fue una afirmación constante de su ser, sin concesiones ni excusas para no alcanzar la grandeza que él creía merecer. Es por ello que la pregunta del periodista no podía tener otra respuesta.

Sentados frente a frente, lo cuestionó sobre si de verdad él había escrito “El diario de un genio”. «¡Por supuesto que sí!» Le respondió con su estilo teatral. Entre risas, pero con respeto, le dijo a Dalí que siendo una autobiografía, era muy extraño que se autodenominara “genio”. A lo que sin titubear le afirmó «Si no lo digo yo, ¿quién lo va a decir?».

Y tú, ¿qué te estás creyendo?

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