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El Pantano

01 de marzo de 2025
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Por Lewis Acuña - www.lewisacuña.com

El Pantano de la Tristeza lo devoró. Envuelto en una niebla perpetua, ese lugar oculta sus peligros. Sumerge a quienes lo atraviesan en el aislamiento y la desorientación. El aire se siente pesado y húmedo, impregnado de un olor a fango y decadencia. Cuesta respirar y ver las cosas como son. La poca luz que supera las siempre presentes nubes oscuras, proyecta la tristeza en esas sombras que extienden el desconsuelo del paisaje al suelo.

Seres tristes y desolados lo habitan. Se han rendido a la desesperación. Siempre atrapa a aquellos que pierden la esperanza, convirtiéndose en un lugar donde la tristeza es un peligro físico porque más que una emoción, se convierte en una fuerza tangible que oprime el pecho y dificulta la respiración con una profunda sensación de desesperación y melancolía. Allí fue devorado.

De niño, fue uno de los momentos mas desgarradores y lleno de lágrimas que experimenté. Ártax fue vencido por la tristeza, por la desesperanza y se hundió lentamente en el fango. Sin apenas hacer algo por salvarse. Toda su majestuosidad, su hermoso y blanco pelaje lentamente desaparecían en ese oscuro pozo. Unas pocas burbujas en la superficie fue la última señal de vida cuando su cabeza desapareció en el espeso y pesado Pantano de la Tristeza.

“¡Ártax!” fue el último grito desesperado que intentaba ser el lazo que lo sacara de ese estado, de ese sitio maldito. “¡No dejes que la tristeza te venza!” “¡Ártax... por favor...! ¡No te hundas!”. Luego el llanto. Un metáfora desgarradora. La comprendo ahora, de adulto. No he dejado de ver la escena de esa película “La Historia sin fin” a lo largo de mi vida. En diferentes escenarios, con diferentes actores, en la vida real y con distintas emociones.

Extendemos nuestras manos hacia el pantano, convencidos de que podremos rescatar a quienes se hunden por elección propia, sin comprender que algunos no buscan ser salvados. Y no se trata de que su vida esté en riesgo, porque valdría la pena cualquier esfuerzo. Esa ilusión del rescate comienza con una premisa noble pero engañosa. Creer que nuestro amor será suficiente para transformar a quien no desea transformarse. Y el problema no es extender la mano para ayudar, sino la ilusión de que nuestro sacrificio ayudará a quien no desea cambiar, desconociendo -por ignorancia o a propósito- que lo emocional tiene sus propios límites y que surgen donde termina la voluntad del otro. Es la realidad que golpea con toda su fuerza.

No puede existir amor verdadero en relaciones donde uno existe para satisfacer las carencias del otro y un acto de bondad se convierta en una misión de autodestrucción. Nunca podremos llenar a quien disfruta de su propio vacío. Ese que dejó un viejo amor, una mala experiencia, un ciclo no cerrado. Ese amor verdadero no se trata de clasificar a uno como el salvador y al otro como el rescatado, sino en crear un espacio donde las voluntades se unen. Unas veces para alentar, otras para ser alentado, pero siempre, para que por voluntad no nos hundamos en el Pantano de la Tristeza.

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