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El Hotel

hace 14 horas
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Por Lewis Acuña - www.lewisacuña.com

La señora decidió darse su gran capricho por que cumplía 70 años. Quería pasar esa noche en el hotel lujoso que se veía imponente desde el balcón de su pequeño apartamento que quedaba en la misma ciudad.

Llevaba ya unos buenos años pensando en hacerlo. Ya había recorrido en su mente esos pasillos con obras de arte que no entendía, lamparas del tamaño de su hogar y pisos tan brillantes que le daba hasta pena pisar. Ensayaba el tono con el que pediría el piso 16 al ascensorista -porque ni de riesgos en ese lugar un huésped tocaría un botón para su destino, se decía- y caminaba escoltada por un joven que llevaba su equipaje hasta la suite.

Su capricho estaba muy bien planeado y así pasó, tal cual. No se detuvo a pensar en el precio ni a considerar que toda la ropa que metió en la maleta -que compró para la ocasión- era totalmente innecesaria para una noche, pero ahí llevaba el pijama que se pondría para poder disfrutar de la vista más privilegiada de la ciudad -eso se escuchaba en los comerciales de la radio-.
Al día siguiente, ya con los 70 años y su capricho cumplido, al hacer el check-out, el elegante y formal recepcionista le entregó una factura carísima. Claro que no esperaba que fuera barata, por eso había ahorrado y le alcanzaba tranquilamente, pero igual exigió saber por qué era tanto. —Sé que es el hotel más lujoso de la ciudad—dijo—, pero las habitaciones no valen todo eso por solo una noche. Lo averigüé. Además, ¡ni siquiera desayuné!

El recepcionista le explicó que era la tarifa estándar y que el desayuno estaba incluido si lo hubiera querido. Ella no podía creer que al precio que había visto le faltaban impuestos, recargos y servicios adicionales. El hombre, muy educado, le explica que por ejemplo el hotel tiene una piscina olímpica y un gran centro de conferencias disponibles para su uso.

—Pero no los usé —respondió ella. —Bueno, están aquí, y usted pudo haberlos usado —le dice él y le cuenta además que también podía haber asistido a alguno de los espectáculos que se presentaron en el hotel, muy famosos por sus artistas internacionales.

—Pero no fui a ninguno—contestó la señora. —Pero pudo haber ido— insistía el de la recepción. Y así continuó mencionándole cada servicio o comodidad de la tarifa a la que tuvo derecho, pero sin importar cual fuera, la respuesta de ella era —¡Pero no los usé!— y él contestaba —Pero estaban disponibles para usted.

Finalmente la mujer decidió pagar. Hizo el giro desde su celular y esperó unos segundos que fuera recibida la notificación. El hombre se sorprendió al mirar el monto. —Pero señora, no es ni la mitad. —Así es —respondió ella—, le estoy cobrando el resto por haber dormido conmigo. —¡Pero yo no dormí con usted! —dijo él, avergonzado. —Pues, le dice tranquila, qué lástima... yo estaba aquí, y usted pudo haberlo hecho.

¿Cuántas veces en la vida también pagamos por cosas que no usamos pero a las que tenemos derecho... oportunidades, emociones, cambios, o palabras que nunca se dijeron?

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