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Es inaceptable que en Medellín se siga incentivando esta industria, en la que “los empresarios webcam” creen estar ayudando a salir de la pobreza a miles de mujeres sin importar el daño colateral.
Por Natalia Zuluaga Rivera - nataliaprocentro@gmail.com
Mientras Mariana, una niña de 12 años ingresa a una carpa en un terreno de invasión del que se aprovecha el combo del barrio para generar ingresos adicionales al microtráfico, Valentina, una adolescente de 17 años, se desnuda en un estudio webcam en Laureles. Acaba de terminar bachillerato y ya descartó estudiar en la universidad; con lo que gana como webcam tiene ingresos que difícilmente puede tener una joven de 23 años recién graduada como abogada.
Mariana está en quinto grado, pero hoy atendió las órdenes de su madre, que le dice: “tranquila mami... nadie me la va a tocar”. Lo que no sabe su madre es que está acabando con la vida de su hija y apenas podrá ser una niña de nuevo.
Valentina cree que vivirá de su contenido toda la vida, que su belleza es imperturbable. Al ser menor de edad exhibe una “cédula reciclada” de otra modelo que abandonó el estudio. Ingresa y hay cuatro cubículos pequeños, cámaras, lencería y preservativos para los juguetes sexuales que comparte con sus compañeras. Consume tusi (droga sintética derivada de la cocaína) para deshinibirse y aguantar el encierro por horas en ese pequeño cuarto, sonriendo y masturbándose como si fuera algo tan normal como abrir y cerrar una caja registradora.
Cuenta Valentina que una vez estuvo 15 días encerrada en el estudio con otras 3 chicas: una maratón que fue premiada con mucho dinero para todos, satisfaciendo los fetiches que le pedían. “Ellos están locos”, así se refiere a las personas que acceden a las plataformas y pagan por el show que hace. “Los locos”, como los llaman las modelos, están generalmente en países lejanos y se aprovechan de adolescentes vulnerables que trabajan para llevar comida a casa.
Es inaceptable que en Medellín se siga incentivando esta industria, “los empresarios webcam” creen estar ayudando a salir de la pobreza a miles de mujeres y no les importa el daño colateral que hacen en la vida de estas personas. Alteraciones permanentes en la salud mental, trastornos psiquiátricos, dependencia a sustancias psicoactivas, graves infecciones vaginales, cáncer de cuello uterino, etc.
En la industria del machismo y la misoginia se habla del cuerpo de la mujer como objeto productor de dinero y carente de intelecto. En fiestas como Lalexpo, Ejecams y Community Update, se promueve la “pedagogía” de la explotación sexual, la instrumentalización del cuerpo de la mujer como mercancía. No existen cifras oficiales de cuántas modelos y cuántos estudios hay en Medellín, pero se dice que, justo aquí, se encuentra el epicentro de la industria.
En Colombia, la inducción a la prostitución es un delito de explotación sexual y, lamentablemente, las mujeres víctimas de esta mafia saltan fácilmente de las plataformas al contacto físico. Es claro que este negocio induce a la prostitución.
Señor Alcalde, entes de control, Concejo de Medellín, organizaciones sociales, ciudadanía: la explotación sexual nos está robando la dignidad y el futuro de nuestras niñas; la economía que moviliza esta industria puede quitar el hambre, pero destruye vidas, instrumentaliza a la mujer y amplifica las brechas y asimetrías de la desigualdad.
¿Qué estamos haciendo como sociedad para evitarlo? ¿Están actuando eficientemente las instituciones y los actores clave en este problema público que se nos está volviendo tragedia? ¿Las políticas públicas y planes de acción están en marcha para prevenir la explotación sexual en Medellín?