Síguenos en:
Columnistas | PUBLICADO EL 07 octubre 2019

LA VISIÓN DE LOS VENCIDOS

Por JUAN JOSÉ HOYOSredaccion@elcolombiano.com.co

“Los seres humanos somos muy frágiles. Me extraña haber llegado a esta edad porque los huesos con cualquier trancazo se desarman; pero, decía Pascal, somos cañas pensantes. Alguien añadió que más que cañas pensantes somos seres que alcanzamos con nuestros pensamientos las estrellas. Y yo agrego que aquí adentro, en la cajita de cal que llamamos cabeza, tenemos kilo y cuarto de carne, y allí está el universo; a mí me pasma eso”.

Con estas palabras, el maestro Miguel León–Portilla agradeció el homenaje que le brindó la Universidad Nacional Autónoma de México ―donde trabajó casi toda su vida como profesor― con motivo de la celebración de sus 90 años. Las recordé esta semana cuando me enteré de su muerte, ocurrida en Ciudad de México, después de una vida feliz y completa, “con exceso de juventud a cuestas”, y dedicada a rescatar las tradiciones, las creencias, el pensamiento y la poesía de los pueblos indígenas de su país.

Miguel León-Portilla fue historiador, lingüista, antropólogo, etnólogo y filósofo. También tuvo un papel crucial en el hallazgo arqueológico del Templo Mayor de Tenochtitlán, el centro ceremonial de la capital del imperio azteca, y en el establecimiento de la educación bilingüe en las escuelas indígenas de su país.

El maestro nació en 1926 en Ciudad de México, donde hizo sus primeros estudios. Luego terminó el bachillerato en Guadalajara. En 1951 se graduó en artes en la Universidad de Loyola, en Los Ángeles, y en 1956 recibió el doctorado en filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM con una tesis sobre la filosofía náuhatl dirigida por su maestro, el padre Ángel María Garibay, un filólogo dedicado a estudiar la lengua y los códices indígenas del México precolombino.

Desde entonces, convencido de que la muerte de una lengua es una tragedia para la humanidad, León-Portilla se convirtió en la cabeza de un movimiento para rescatar la antigua palabra de los pueblos náuhatl, una lengua que todavía hablan al menos 1 millón 500 mil mexicanos.

También se dedicó a redescubrir las obras de Fray Bernardino de Sahagún, el misionero franciscano español a quien él llama “el primer antropólogo de los nahuas”. Fray Bernardino llegó a las costas de México en 1521, ocho años después de la conquista de Tenochtitlán por el ejército de Hernán Cortés.

El padre venía con la intención de evangelizar a los indios y erradicar la idolatría. Para hacerlo, como él mismo dijo, tuvo que “investigar las cosas humanas, naturales y divinas del México antiguo”. Dicen los cronistas que “aprendió en breve la lengua mexicana, y súpola tan bien, que ninguno otro hasta hoy se le ha igualado en alcanzar los secretos de ella”. Luego se dedicó a recoger leyendas y poemas en la propia voz de los indios y en su propia lengua y, por solicitud del Rey de España, los tradujo al castellano y los publicó en su libro Historia General de las Cosas de la Nueva España. De este modo legó a la humanidad el mejor documento que hoy existe sobre la civilización prehispánica de México.

León-Portilla no solo redescubrió este libro, sino que rescató en bibliotecas europeas otros códices olvidados con transcripciones en lengua náhuatl de leyendas y poemas antiguos de los aztecas. El más importante fue el Códice Florentino, una colección de fragmentos que revelan la visión náhuatl de la conquista española, desde las premoniciones de Moctezuma, su emperador, hasta los Cantos tristes, posteriores a la conquista. El códice fue traducido y publicado con el título Visión de los vencidos.

Sorprendido por la belleza de los poemas y los cantos náuhatl, el maestro dijo: “La poesía es la flor más bella de la expresión humana”. Y dedicó el resto de su vida a traducirlos .

Si quiere más información:

.