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Columnistas | PUBLICADO EL 27 febrero 2023

La venerable
democracia puede con todo

Va configurándose un liderazgo despojado de referentes morales, éticos y legales. Hablar de meritocracia se vuelve un arcaísmo.

Por Juan José García Posada - juanjogp@une.net.co

Ya casi diríamos que basta la cédula de ciudadanía para que cualquiera pueda ser elegido alcalde, gobernador, presidente y miembro de alguna corporación popular. En principio, la democracia puede con todo. Y como han venido borrándose los límites morales, éticos y de sentido común, y se han diluido las fronteras legales, ya cualquiera puede expresar su rabia, pararse en una esquina a gritar que hay paro y proceder al bloqueo de una vía. Cualquiera, empoderado por mandatarios alcahuetas, puede lanzarse a la gramilla de un estadio y agarrar a golpes a un futbolista. Cualquiera puede cometer las fechorías que más sacien su instinto de violencia.

Hasta sin estar cedulado, cualquier presunto ciudadano les gana en derechos y prerrogativas a los que pagan impuestos y cumplen sus deberes. La cacareada democracia puede con todo, en principio. Estas son sociedades que afrontan la volatilización de la autoridad, de la ley y el orden, y la degradación de la idea de democracia, sacralizada hasta el extremo de invocarla para legitimar todas las transgresiones, sobre todo las más graves, crueles y desmesuradas. Por ahí se anda el camino de la lumpendemocracia, es decir de la caída al abismo profundo. ¿Se precipitan estas sociedades a la oclocracia, al desgobierno anárquico de la muchedumbre, de la turba, de las huestes aguerridas e irracionales, decididas a ahorcar o guillotinar hasta a sus propios ídolos?

Lo peor está en que hoy en día, por los episodios habituales, cuando grandes responsabilidades las codician y detentan grandes irresponsables, no parece tan razonable tener tanta confianza y tantas esperanzas en una generación de relevo, capaz de reconstruir y rehacer sobre bases de libertad y orden, justicia y equidad, tolerancia y respeto a la diversidad. Puede que Agustín Laje sea muy exagerado, pero que tiene algo de razón, la tiene, en su libro Generación idiota, donde arremete (palabra de moda) contra el adolescentrismo. Una síntesis de su reflexión: “Las ideologías centradas en la adolescencia del siglo XXI están en auge. Como resultado, los adolescentes están gobernando el mundo. Rigen la forma de la cultura, estructuran la forma de la política, inspiran los cambios de nuestro lenguaje, imponen sus preferencias estéticas y dominan el imaginario postindustrial y el sistema de consumo. Las instituciones básicas, como la familia, también están fuera de lugar en estas generaciones adolescentes”.

Va configurándose un liderazgo despojado de referentes morales, éticos y legales. Hablar de meritocracia se vuelve un arcaísmo. Así entiendo, por ejemplo, el caso de una buena estudiante de música y dirección orquestal acusada de maltratar a sus colegas y coetáneos y de aprovechar las ventajas de una elección popular, como cualquier político del repudiado viejo estilo. ¿Qué esperanzas pueden despertar jóvenes así, tentados por las prácticas antiguas que aniquilan la meritocracia? ¿Cómo así que al amparo del escudo protector del adolescentrismo y formados para el liderazgo nada menos que en el espacio y el tiempo libres y limpios del pensamiento universitario, facilitan la construcción de un despotismo oclocrático?.

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