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Columnistas | PUBLICADO EL 03 junio 2021

La tiranía del mérito

Por Diego Aristizábaldesdeelcuarto@gmail.com

El libro que leí esta semana no deja de darme vueltas, aún no sé si comprendí cada una de las explicaciones, no sé si comparto todos los puntos de vista, pero tiene tanta fuerza, tantos argumentos que vale la pena considerar algunos. El libro se llama “La tiranía del mérito, ¿qué ha sido del bien común?”, del profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Harvard, Michael J. Sandel.

La historia inicia explicando en detalle cómo en 2019 fiscales federales hicieron un sorprendente anuncio. Acusaron formalmente a 33 padres y madres adinerados de haber participado en un sofisticado plan para conseguir la admisión de sus hijos en universidades de élite como Yale, Stanford, Georgetown o la del Sur de Carolina. El caso dejó en evidencia la influencia que tiene la riqueza o una posición privilegiada a la hora de decidir quién ingresa y quién no en las universidades, aun cuando no haya ilegalidad.

El libro, y quizás esto es lo más interesante, hace un análisis profundo sobre la meritocracia en nuestra sociedad, que en la práctica nunca está a la altura del ideal. En esa medida, dice Sandel, la ética meritocrática promueve en los ganadores la soberbia y entre los perdedores la humillación y el remordimiento. “Vista desde abajo, la soberbia de la élite es mortificante. A nadie le gusta que se le mire por encima del hombro, pero la fe meritocrática añade sal a la herida. La idea de que nuestro destino está en nuestras manos, de que ‘puedes conseguirlo si pones empeño en ello’, es una espada de doble filo: inspiradora por uno de sus bordes, pero odiosa por el otro”. Y o paradoja, Donald Trump supo captar muy bien esa política de la humillación y por eso ganó la presidencia. Obviamente aquí hay mucha tela para cortar, por eso se explica en detalle cómo un principio tan benigno alimentó un torrente de resentimiento tan poderoso o cuándo el mérito se volvió tóxico y cómo lo hizo.

Termino con algo referente a la educación. Que un gobierno o una administración esté dirigido por personas con un alto nivel educativo es algo por lo general deseable, siempre y cuando actúen guiadas por un criterio sensato y sepan empatizar con las condiciones de vida de las personas trabajadoras. Sin embargo, dice Sandel, no todo lo bueno viene de la educación y de quienes ostentan grandes títulos universitarios. “Gobernar requiere de sabiduría práctica y virtud cívica, es decir, de las aptitudes necesarias para deliberar sobre el bien común y tratar de hacerlo realidad. No obstante, ninguna de esas capacidades es fomentada particularmente bien en la mayoría de las universidades actuales, ni siquiera en las que gozan de la máxima reputación”. En Colombia, y en Medellín tenemos clarísimos ejemplos

Diego Aristizábal

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