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Columnistas | PUBLICADO EL 21 septiembre 2022

La salvación de la Iglesia

Ese hombre entendió su compromiso histórico con la salud mental y espiritual. En la pospandemia, las religiones no pueden anclarse en egocentrismos ni pequeñeces como “cuál dios es el verdadero.

En el muelle internacional, mientras leía Comprender la religión, de Vicente Durán Casas, S. J., recibí en mi celular varias notificaciones de Samuel Ángel, fuente periodística y activista provida, quien compartía el desarrollo de una “marcha católica pidiendo la restitución del oratorio en el aeropuerto El Dorado”. “¡Viva Cristo Rey!, ¡Viva la Virgen de Chiquinquirá!”, clamaban los manifestantes.

El libro que tenía en mi bolsillo, fuente de reflexión y de conocimiento, se convirtió en la brújula para orientar dos discusiones de coyuntura: si la reforma tributaria debe o no incluir a las iglesias, y si un terminal aéreo, por el que transitan pasajeros con diversas nacionalidades y formas de vida, debe restringir su oratorio a un solo credo.

Durán Casas alude en su obra, entre otros asuntos, a las religiones universales como religiones de salvación, y se pregunta: “¿Por qué unas religiones llegaron a ser universales y otras no? Mi respuesta es clara: porque son portadoras de algo muy general y abstracto, que, apoyándonos en [José] Gómez Caffarena, llamaremos salvación”.

Pero ¿no será que hoy algunas religiones son las que necesitan ser salvadas?

Religiones como la católica se han concentrado en formar fieles a su dios y su credo. Por fortuna, la conversación empieza a mutar hacia un estadio superior a la fidelidad: la ciudadanía. La encíclica Laudato si, la idea de la “casa común”, otorga a los fieles la calidad de ciudadanos con responsabilidades.

Pocos días después de la protesta católica en El Dorado, entré a una catedral anglosajona (frecuento templos y rituales religiosos como fuentes de estética y serenidad). El párroco, anglicano, se paró unos minutos en el oratorio para rezar un Padre Nuestro por las víctimas de Ucrania (“recen en su propia lengua”, sugirió), bendecir a los asistentes (no solo a los fieles a su credo) e invitarlos, al margen de sus creencias, “incluso a los ateos” —como yo— “para conversar sobre lo que concierne al espíritu”. Ese hombre entendió su compromiso histórico con la salud mental y espiritual, el andamiaje que sostiene la fortaleza humana: en la pospandemia, las religiones no pueden anclarse en egocentrismos ni pequeñeces como “cuál dios es el verdadero”. Mientras este pastor, con el altar a sus espaldas, abría las puertas de la casa de su Dios, en Bogotá, en “nombre de Cristo”, un grupo de “creyentes” pisoteaba la libertad de culto de los viajeros.

Más que ser “pescadores de almas”, los sacerdotes están llamados a formar ciudadanos en la igualdad, como los antiguos maestros que establecieron los pilares de la democracia. Iguales ante la mirada divina, ante sus pares de otros credos, ante las mujeres, ante el Estado.

“Dime en qué época vives y te diré qué te resulta difícil comprender”, es el aforismo que abre el libro. Definir una religión no es lo mismo que comprenderla, ni exigirle a una Iglesia equivale a despreciarla.

* Vicente Durán Casas, S. J., Comprender la religión, Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2022 

Ana Cristina Restrepo Jiménez

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