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Columnistas | PUBLICADO EL 10 octubre 2022

La reinvención de Narciso

Narcisos hay muchos en la vida pública y la privada. Son individuos perniciosos, piensan y obran como autócratas. Condenan y mandan a la quinta porra a todo aquel que se les oponga.

Por Juan José García Posada - juanjogp@une.net.co

Habría escrito para hoy sobre la catalogación tramposa de izquierda civilizada y derecha extrema, o habría elegido el ejemplo espléndido de avance universitario a propósito de la Escuela de Verano de la UPB y la maratón del metaverso, así como habría insistido en las peligrosísimas maromas putinescas y las amenazas de una guerra nuclear. Sin embargo, ni esos tres asuntos, ni otros que pueden ser prioritarios, son tan sobresalientes como el malestar, la rabia, la preocupación por la penosa realidad actual y el destino incierto de una gran ciudad asediada por un alcalde pugnaz, prepotente, irrespetuoso y prisionero de su egolatría. Es un deber ciudadano decir algo, en el tono más constructivo posible, a ver si el año que viene la crítica ayuda a rectificar los errores garrafales de los electores por obra y desgracia del ejercicio democrático.

Sería otra fatal equivocación admitir, entre las condiciones que deba acreditar un candidato a la alcaldía, el trato injurioso a sus contradictores, la descalificación de irracionales a los concejales que se han atrevido a contradecirlo y rechazar sus pretensiones, los insultos como mafiosos y ladrones a los que han expuesto argumentos que le fastidian porque no se ajustan a su dialéctica pueril y fantasiosa, el estímulo a sus incondicionales para que, escondidos en el anonimato feroz, llenen de trinos y mensajes agraviantes las mal llamadas redes sociales.

Aunque las normas constitucionales y legales sean flexibles y permisivas al establecer inhabilidades e incompatibilidades para los funcionarios, la dirección administrativa de una ciudad no puede carecer de código efectivo de buen gobierno, de preceptos éticos y de reglamentos de urbanidad y buenas maneras sin los cuales debería ser automática y fulminante (no sé por qué tribunal) la revocación de un mandato hostil a la gente, a la dirigencia política, empresarial y gremial, a los viandantes y contribuyentes anónimos, a los medios periodísticos libres y responsables en el cumplimiento de sus atribuciones de fiscalización y denuncia pública por delegación de la sociedad.

Una ciudad tan querida, tan reconocida en el mundo, tan entrañable para los que la hemos gozado y sufrido a lo largo de los decenios, no puede ser tan de malas de reincidir en el disparate de la elección de otro personaje desafiante, divisionista, pendenciero y dañino, que pone el poder al servicio de sus intereses políticos y personales y desperdicia sus capacidades notorias y dignas de mejor causa.

Es innecesario contar otra vez el archiconocido mito de Narciso, el muchacho griego y también latino que ha venido repitiéndose en estos años y estas coordenadas. Narcisos hay muchos en la vida pública y la privada. Son individuos perniciosos. Piensan y obran como autócratas. Condenan, mandan a la quinta porra a todo aquel que se les oponga. La palabra la usan para agredir y avivar conflictos. Destruyen todo lo bueno que esté a su alcance. Sólo creen en ellos y se enloquecen con su eco y con su ego 

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