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Medellín se fue trepando sobre las laderas en los años 70 mientras una élite comenzaba a acumular capital, dándose el lujo de desechar zonas anteriormente ricas y base de sus actividades como Prado y el Centro, menospreciando incluso el legado urbanístico.
La pandemia nos restriega esas dos ciudades que cohabitan en una, manteniendo las distancias (desde mucho antes del virus), entremezclándose solo en actividades productivas diarias. Como dicen quienes trabajan temas sociales, existe otra ciudad que comienza donde termina la zona de pico y placa en la que no manda la autoridad y las leyes son otras.
Son las barriadas de motos y conductores sin casco, donde las normas de tránsito no aplican y la “legalidad” la ejercen ilegales.
Porque mientras la clase dirigente acumulaba y los gobiernos atendían sus necesidades, se descuidaba el resto que fue creciendo sin dios ni ley propiciando el afianzamiento de la delincuencia y otros fenómenos anormales como la construcción. Una brecha que solo comenzó a cerrarse este siglo.
(Cuando Juan Felipe Gaviria fue alcalde en los años 80 se asombró con esa otra ciudad y organizaba recorridos con empresarios bajo el lema Conozca la Medellín que no conoce, con el ánimo de invitar a la acción).
Una ciudad en la que 14,2 % (360 000 personas) es pobre (un hogar de cuatro personas ganaba menos de $1.135.000) y 3 % vivía en pobreza extrema con menos de $494.000 (datos 2018), un enorme pedazo de urbe donde más del 45 % de los trabajadores son informales sin mayores garantías laborales ahora y para su futuro.
Es la Medellín en la que no se ha logrado bajar el desempleo y en la que en promedio existe una brecha de casi tres años de educación con respecto a la contraparte de la ciudad “del frente”.
No son de extrañar entonces las protestas por la cuarentena de este mes. El hambre también se encierra en casa con todos.
Y por la cantidad de personas con múltiples necesidades se entiende lo difícil que es llegarles con ayudas oportunas y repetidas.
Afirman líderes que bandas han aprovechado para retener ayudas y distribuirlas a su modo. Tal es su peso que un documento de la Alcaldía de Medellín, que no se hizo oficial, hablaba de entenderse con ellas para llegar a sitios donde mandan.
Es otra Medellín, la que un microorganismo nos recuerda que existe aunque no importe a muchos.
Maullido: reabrir el país exigirá disciplina férrea de todo el aparato laboral. Si no, llevados.