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La corrupción es la madre de todos los males de un país y nosotros como individuos o como empresas no somos ajenos.
Por Juliana Velásquez - JuntasSomosMasMed@gmail.com
Colombia es un país corrupto. Ocupamos el puesto 91 en el Índice de Percepción de la Corrupción para 2022, entre 180 países. Perdimos el año en la calificación, con un puntaje de 39 puntos sobre 100 (Transparencia Internacional). Sin embargo el dato más triste es que llevamos con un puntaje similar desde el año 2012. ¿Por qué no estamos haciendo nada en materia de corrupción? ¿Porque no podemos o porque no queremos?
Hay momentos difíciles que transforman, que marcan el fabuloso comienzo de un proceso de crecimiento. “Nunca desperdicies una buena crisis”, decía Winston Churchill. Sin embargo, las transformaciones deberían empezar con una autocrítica. ¿Qué tanta responsabilidad tenemos?. La corrupción es la madre de todos los males de un país y nosotros como individuos o como empresas no somos ajenos; somos, en mayor medida de lo que queremos reconocer, habilitadores.
La evasión de impuestos en Colombia representa aproximadamente 5,4% del PIB. Tenemos una informalidad de 55,8%. Según la Misión de Observación Electoral, hay más de 80 alcaldes y gobernadores involucrados en hechos de corrupción. Alcaldes y gobernadores que elegimos nosotros. ¿Cómo podemos hablar de libertad y desarrollo con estas cifras? En mi opinión, lo que digamos es carreta. No somos viables como Estado si no declaramos que la prioridad número uno en combate debería ser la lucha contra la corrupción.
Unos dirán, seguro con razón, que la corrupción es un animal de cien cabezas imposible de matar; otros cerrarán los ojos para no verla; otros participarán en actos de corrupción con algún propósito superior rebuscado.
Yo considero, tal vez de manera ilusa, que de la corrupción sí nos podemos, por lo menos, encargar. Sería una suma de decisiones valientes. “La valentía es el acto más importante de todos, porque sin valentía no puedes practicar ninguna otra virtud de manera consistente”, decía Maya Angelou con mucha razón. Como colombianos tenemos herramientas valiosas para encargarnos de la corrupción: el ejercicio riguroso del voto, el fortalecimiento y apoyo a las veedurías, la confianza en la justicia, la contratación transparente, el pago de impuestos y la formalización de nuestros colaboradores son unos ejemplos, pero no los únicos.
En Medellín, por ejemplo, han sido las veedurías quienes han dado la batalla frontal y valiente en contra de dinámicas corruptas tanto públicas como privadas que han dejado sin comida a nuestros niños, sin educación a nuestros jóvenes y con un detrimento de recursos descarado en programas valiosos para nuestro desarrollo. Las mismas veedurías que luchan por su sostenibilidad financiera, por la seguridad de sus empleados y por la aceptación de la sociedad civil. ¿Es esto coherente?
En momentos como este, la indiferencia se vuelve atractiva y el individualismo pareciera un ansiolítico. Pero también sobresalen individuos valientes que pueden transformar una dinámica enferma en un motor de desarrollo y cambio. Seamos ciudadanos vigilantes, dediquemos tiempo y esfuerzo en la lucha contra la corrupción, apoyemos las entidades que hoy luchan contra la misma y votemos y promovamos liderazgos públicos impecables. Desde un gesto en el barrio, hasta la elección presidencial, tomemos decisiones valientes, constantes y coherentes para combatir a la madre de todos nuestros males. Me dirán ilusa y lo recibo. Pero los ilusos empiezan conversaciones que los realistas evitan.