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Columnistas | PUBLICADO EL 24 octubre 2020

La guerra, la paz y los impuestos.

Por rafael isaza gonzálezrafaelisazag@une.net.co

Amable lector. Pienso que en nuestro medio hay personas que podrían aportar mucho para que la mayoría del pueblo colombiano tenga una vida más digna. Lamentablemente el jefe del Estado y sus más cercanos colaboradores, consideran que no necesitan de nadie. Consciente de ello me ocupo en otras cosas.

A finales del año 1910 murió el autor de La guerra y la Paz, León Tolstoi. Nació en 1828, su padre era un conde y la madre una princesa. Según él, en su juventud fue ocioso, disoluto y jugador. Huyendo de las deudas del juego hizo parte de un grupo que luchaba contra unas guerrillas tártaras. Más tarde combatió en la guerra de Crimea. La experiencia adquirida en esos años le sirvió para escribir su inmortal novela.

Luego de contarle a su prometida sus aventuras, amoríos y desvaríos, se casó con Sonia, una hermosa mujer que amaba el esplendor de la corte, mientras él se sentía inclinado a una vida sencilla y campestre. En las tardes de invierno le gustaba charlar con la gente y en la primavera disfrutaba con el despertar de los abedules.

La guerra y la paz narra la invasión de Napoleón a Rusia en 1812. Los personajes son numerosos, pero cada uno tiene su identidad. El autor se adentra en el alma de ellos y logra interpretar sus sentimientos de manera magistral. Natacha, la figura central de la obra, desde las primeras páginas cautiva al lector.

Describe con realidad cada batalla, los actos heroicos, las matanzas, el incendio de Moscú y la nieve que cobró la vida de miles de soldados franceses, hasta obligarlos a retirarse humillados por la naturaleza. Muy pocos de los que pretendieron conquistar Rusia regresaron a su patria.

Ana Karenina es una de las más grandes novelas escritas en todos los tiempos. El autor narra la vida de una joven casada que se enamora de un conde. De allí en adelante todo resulta mal, inclusive para su hijo. Tolstoi describe los sentimientos de las personas, sin juzgar sus actos. Con los años buscó a Jesucristo; siente sincero remordimiento de haber obrado mal y se aproxima a Él.

Al final la relación con su esposa se hace más difícil, se aparta de ella, viaja en tren donde el gélido frío lo enferma de neumonía. Llaman a su esposa. Cuando llega le da un beso, pero ya él había perdido la conciencia. Lo entierran en un gran bosque, no hubo ceremonia religiosa, pero él descansa cerca del Jesús que durante años quiso abrazar.

Ocho años después de su muerte fueron asesinados el zar Nicolás II, la esposa, sus hijas y su hijo enfermo. Ayer como hoy, la izquierda radical nunca perdona y la brutalidad de sus actos sigue igual o peor. Pero el roce con un pétalo de una flor lo denuncian como un crimen atroz.

Tolstoi habló sobre impuestos igual que mi persona. Lástima que nadie nos escuchó.

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