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Columnistas | PUBLICADO EL 13 julio 2021

La Guerra Fría ha vuelto

Por Adrian Mac Limanwww.adrianmacliman.blogspot.com

No la esperábamos tan pronto, pero estábamos persuadidos de que iba a volver. De hecho, el primer interrogante surgió el 10 de noviembre de 1989, pocas horas después de la caída del Muro de Berlín. Despedimos la euforizante noticia con un desalentador “Y ahora, ¿qué?”, muestra del habitual fatalismo periodístico.

Y ahora, ¿qué? Recuerdo la sarcástica despedida de uno de los compañeros: “No os preocupéis; todo lo que venga será peor”. No se equivocaba.

Pero el espectacular vuelco registrado en los países del Este europeo no logró derribar las murallas del sistema soviético. Más aun, las rebautizadas instituciones se convirtieron en baluartes de un conservadurismo inmovilista. La Madre Rusia volvió a la palestra. Pero los arsenales nucleares, las brigadas de tanques, los cazas supersónicos, los misiles intercontinentales y los submarinos atómicos seguían en manos de los mismos oficiales graduados en la Academia Militar Frunze, la West Point de la Unión Soviética.

Con el agravante de que, al no haberse derrumbado el imperio, el Ejército se convirtió en una herramienta clave para la estabilidad de los dueños del Kremlin. Después de la aventura de Afganistán, auténtico detonante del integrismo islamista, el poder moscovita volvió a recurrir a las fuerzas armadas en Osetia, Ucrania y Crimea.

Rusia ha establecido bases militares en el Cáucaso, en Oriente Medio (Siria), en el Norte de África (Libia). Sería un error hablar del declive del Ejército ruso. Tal vez por ello los estrategas de la Alianza Atlántica echan en cara a Moscú su política agresiva y desestabilizadora en las fronteras con la Otan. Las fronteras de la Otan son, en realidad, las fronteras de Rusia.

Durante la cumbre de la Alianza celebrada el pasado mes en Bruselas, primera reunión presencial de los jefes de Estado y Gobierno después de la pandemia, los 30 miembros de la Otan trataron de redefinir las nuevas amenazas. Finalmente, llegaron a la conclusión de que el nuevo enemigo se hallaba en dos países cuya riposta autoritaria atentaba contra el orden establecido: Rusia y China. Según el presidente Biden, que ostentó la vicepresidencia de los Estados Unidos durante el mandato de Barack Obama (el Premio Nobel de la Paz llamado a gestionar el mayor número de conflictos bélicos desde el final de la Segunda Guerra Mundial), Rusia sigue siendo el peor enemigo de las democracias occidentales. ¿Y China? China es el rival más poderoso. El tablero de los conflictos se recompone; ya tenemos enemigo. Enemigos, mejor dicho. Curiosamente, el contrincante se encuentra siempre en el Este.

La asamblea de la Otan trató de actualizar la postra de los aliados frente a distintas cuestiones, como la elaboración de un nuevo Concepto Estratégico Global, la protección contra los ciberataques, las políticas de disuasión y defensa, la concertación y la cohesión, la financiación común, la resiliencia, y la lucha contra el cambio climático.

Para los tres candidatos permanentes a la adhesión: Ucrania, Georgia y la República Moldova, que reclaman la integración rápida en las estructuras de la Alianza, la cumbre sólo sirvió para escuchar las buenas palabras de sus amigos occidentales. Aparentemente, Joe Biden se tomó muy en serio la advertencia de Vladimir Putin: si Ucrania se convierte en miembro de la Otan, será la guerra. En efecto, un misil disparado desde Harkov podría alcanzar Moscú en 7 a 10 minutos. Y este sería el auténtico casus belli

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