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Hay dos verbos que me gustan mucho: asombrarse y comprender. Me encanta esa luz de información que entra por los ojos u oídos y lo cambia todo, llena de sentido el universo. Hace poco, estaba en la casa de una amiga y un nombre salió en la conversación: Bill Bryson, autor de diversos libros sobre viajes, historia y divulgación científica. “¡Divertidísimo!”, decía ella. De este escritor, que tiene una estrecha relación con Estados Unidos y el Reino Unido, que fue periodista de distintos medios hasta que pudo dedicarse de lleno a escribir sus libros, que son una locura en ventas, yo no tenía ni idea de su existencia.
Como a mí no me achicopala no conocer una estrella, no tener la menor idea de esos autores que dan la impresión de que todos conocen, al contrario, me emociona, pues tomé nota del nombre y seguí escuchando a mi amiga que me recomendó emocionada: “Una breve historia de casi todo” y “En casa. Una breve historia de la vida privada”. También me quedé con la imagen preciosa de ella, que se hacía más feliz en la medida que me contaba algunos detalles de esos libros.
La cosa fue que en menos de lo que canta un gallo llegó a mi casa una copia de “Una breve historia de casi todo”, y arranqué la lectura, ese fue el libro que atravesó conmigo el año viejo y me acompañó los primeros días del nuevo. Con solo leer la introducción supe que este autor es de esos que desea con el corazón dejar las cosas claras y no escatima en evocar los ejemplos más cotidianos para explicar lo más complejo del universo. Mientras lo leía, pensaba que Bryson sería un buen maestro de escuela, tan necesario en ese momento de la vida donde los niños se preguntan muchísimas cosas, que él mismo se hizo ya mayor, y que en buena hora se dio a la tarea de explicar de la mejor manera posible. Un día, “en un largo vuelo a través del Pacífico, cuando miraba distraído por la ventanilla el mar iluminado por la Luna, me di cuenta, con una cierta contundencia incómoda, de que no sabía absolutamente nada sobre el único planeta donde iba a vivir”.
Lo que aprendí en esas 639 páginas me generó una gran alegría, definitivamente la dicha de comprender, de asombrarse es bueno deseársela a todo el mundo. La ciencia jamás puede ser aburrida, no tiene cómo serlo. Algunas cosas de la astronomía, de la biología, de la física que me resultaban abstractas, confusas, quedan contenidas en mí, al menos eso siento, al menos mientras mi memoria caprichosa se distrae con otra aventura, con otro conocimiento que despeje un poco la magnitud de lo que nos rodea y nos compone