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Columnistas | PUBLICADO EL 11 marzo 2015

La de los tintos

Porana cristina restrepo j.redacción@elcolombiano.com.co

A la hora en que se sintoniza “Los habitantes de la noche” en los viejos transistores de la ciudad, y Alonso Arcila Monsalve alimenta las ovejas de los insomnes, Amparo comienza su jornada.

Todas las noches, a un par de cuadras del cementerio de San Pedro, en la penumbra de un inquilinato, esta mujer de 65 años prepara tres termos de tinto y uno de perico para vendérselos a los trasnochadores.

Después de trabajar 17 años en la casa de “la difunta Socorro”, se dedicó a la venta callejera y, desde entonces, perdió el apellido para sus vecinos. Se convirtió en Amparo La de los tintos.

A partir de las 2 a.m., empuja su coche por Bolívar, atraviesa la esquina de Barbacoas, “por donde están todos los gamines”, y se detiene a comprar cigarrillos. Permanece un rato en La Candelaria, corre a “lograr” la llegada de los funcionarios de La Alpujarra y, más tarde, camina hacia Barrio Triste, donde la competencia es dura. El vaso pequeño de tinto instantáneo cuesta $300; el de perico, $1.000. Cada termo contiene doce raciones. Con la voz gangosa –ese aire barítono que anida en la garganta del asiduo al Pielroja– se defiende de quienes la llaman ladrona por “vender caro”: “Los tintos de $200 son recalentados, ¡no dejan que el agua haga burbujas y salga el vapor!”.

Tal vez por su sonrisa difícil y el tono martillado, Amparo se ha ganado el respeto de la calle. Pocos como ella pueden decir que no le pagan vacuna ni a los combos ni a los tombos.

Amparo interrumpe unos minutos para desayunar tinto con algo de parva que le regalan en las pastelerías. Destina unos pesos de sus ventas para llevarle una libra de arroz a una vecina, que acostumbra preparar el almuerzo para todos en el inquilinato. A la de los tintos, no le gusta deberle nada a nadie.

“Casada, separada, arrejuntada, viuda”. Dos hijas, dos nietas. Ha “pagado cárcel”. Vive sola. Cada dos meses recibe $150.000 de auxilio a la tercera edad.

Amparo no siente nostalgia de un pasado glorioso porque nunca lo tuvo. Tampoco se las da de sabia, no le interesa conmover con lecciones edificantes. Nadie le rinde homenajes ni le regala flores. Las páginas de los periódicos la cubren... del frío de la madrugada.

Las mujeres como Amparo son paisaje urbano: la más invisible de las violencias, con múltiples perpetradores. Desentenderse de las rutinas íntimas de la soledad del mundo no es pecado, ni está contemplado en el Código Penal.

Cuando el día está movido, regresa a su pieza a las 10:30 a. m., pero si la cosa anda mal, le dan las 4:00 p. m. Qué chispa. En un lavadero de taxis canta Darío Gómez al son de trompetas estridentes: “Hemos venido contra viento y marea/ Y hemos sobrevivido a la necesidad/ Tú eres mi amparo, un amparo ideal”.

La de los tintos necesita dormir. En el camino busca una libra de arroz.

Ana Cristina Restrepo Jiménez

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