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Por David Jiménez
redaccion@elcolombiano.com.co
España incumple los requisitos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y de los expertos del Instituto de Salud Global de Harvard para una apertura segura del curso escolar, incluido el de mantener un número de contagios inferior a 25 casos por cada 100.000 habitantes. El riesgo es que los estudiantes, que el curso pasado obtuvieron un aprobado general, reciban un segundo año de enseñanza mediocre e incompleta. Si hay un país que no se lo puede permitir, es España.
Los partidos políticos han sido incapaces de consensuar una ley educativa en más de cuatro décadas de democracia. Padres, profesores y alumnos desesperan con razón ante los cambios continuos que se producen cada vez que llega un nuevo gobierno, sin que ninguno de ellos afronte los verdaderos problemas. Durante años se han perdido más energías en discutir si la asignatura de religión debía contar para las notas —basta con dejar elegir a los padres— que en lograr que los alumnos dominen el inglés, comprendan un texto literario o adquieran conocimientos mínimos en ciencia.
España tiene la peor tasa de abandono escolar entre los jóvenes de la Unión Europea y sus estudiantes están por debajo de la media de la Ocde en el informe PISA sobre excelencia académica en ciencias. Quienes avanzan hacia la educación superior se enrolan en universidades que, salvo excepciones, están desconectadas del mercado laboral, sumidas en la parálisis burocrática y dirigidas de espaldas a toda innovación. El país no tiene ninguna universidad entre las 150 mejores del mundo, según el Ranking de Shanghái.
El pasado curso pude comprobar el estado de nuestras universidades durante una gira por las principales facultades de periodismo del país. Encontré planes de estudio que llevaban más de una década sin renovarse, a pesar de la revolución tecnológica vivida en estos años, claustros gobernados por férreas estructuras políticas y un sistema endogámico que desincentiva cambios.
Nuestra dependencia del turismo y los servicios hacía que durante varios meses al año la mitad de los puestos de trabajo disponibles procedieran de la hostelería. El cierre de bares, restaurantes y hoteles ha expuesto la fragilidad de ese modelo y condena a otra generación a la precariedad y la falta de oportunidades.
La Gran Recesión tras la caída de Lehman Brothers en 2008 pudo haber sido aprovechada para llevar a cabo una profunda reforma educativa centrada en la innovación, el emprendimiento y la formación dirigida a pujantes sectores económicos. En su lugar, España optó por recortar en educación, mantener a los profesores en situación precaria y eludir cualquier reforma de calado.
Portugal, nuestro vecino de la península ibérica, emprendió a partir del año 2000 profundas reformas educativas que han dado un giro a sus resultados y equiparado a sus estudiantes con los mejores de Europa gracias a una escuela pública de calidad.
España necesita una revolución educativa a la portuguesa, empezando por la formación, valoración y justa remuneración de los profesores. Su autoridad, mermada por una cultura de permisividad y excesivo consentimiento, debe ser restituida. La modernización de escuelas y universidades, aparte de medios, necesitará de una reformulación desde cero de los planes de estudio y los métodos de aprendizaje. Urge hacer sitio al pensamiento crítico, la creatividad, el debate racional, el civismo y las humanidades .