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Por Sofía Gil Sánchez - @sofiagilsanchez
A Medellín la vio crecer un río, a su alrededor, la gente construyó vida, cotidianidad, encuentros y sueños compartidos. El río también fue testigo de grandes retos, de días oscuros con imágenes de desaparecidos adornando los postes sin imaginar que sus cuerpos los llevaba el agua, de noches largas con el sonido de balas y el tono de las llamadas que nunca fueron contestadas como música de fondo. En cada rincón resuena una historia de superación y resiliencia, donde las cicatrices del pasado se convirtieron en esperanza, en colores que se despliegan en los barrios, en amor por su tierra, en arte que llena de felicidad, en miradas de complicidad que reflejan el corazón de su gente.
En sus calles no hay lugar para la frase “los gobernantes son el reflejo del pueblo que los eligió”. El conductor que se baja de su vehículo para ayudar al motociclista que se accidentó en la vía merece un alcalde empático. La persona que le avisa al tendero que le devolvió más dinero merece un político transparente. El ciudadano que le ayuda con el pasaje de transporte a una persona que no tiene todo el dinero merece un líder solidario. El taxista que respeta las normas de tránsito merece una administración que priorice la cultura ciudadana. Las vecinas que cuidan los hijos de su comunidad merecen un mandatario confiable. La mayoría de medellinenses, esos que creen firmemente en hacer las cosas bien, merecen volver a sentirse orgullosos de su ciudad y respaldados por sus instituciones.
Las más sencilla de las acciones como mirar a los ojos, extender la mano, ayudar a quien lo necesita y sonreír al desconocido, esconde rasgos heroicos que no reflejan el comportamiento de los políticos que han padecido los últimos años. La Medellín marcada por corrupción, miedo, nepotismo, odio y cinismo causó, con toda razón, una desconfianza generalizada a los gobernantes. No preocupa el rechazo a la figura del alcalde ni el mal recuerdo de una elección que prometía un mejor futuro, sino su repercusión en los imaginarios y la ruptura de los lazos entre ciudadanos.
En el año 2021, la Encuesta de Cultura Ciudadana reportó que la confianza que sienten las personas por sus iguales es de 32%. Una cifra que evoca historias de terror en todas las esquinas de Medellín donde el antagonista es el vecino y las sombras lejanas son enemigas. Un resultado que obliga a recordar los tiempos de violencia que no fueron contenidos por la debilidad del entramado institucional.
Los fantasmas del pasado doloroso de la ciudad no pueden seguir persiguiendo a sus habitantes. Tomar posición, ser coherente, expresar los pensamientos no debe representar una condena y habitar la sociedad no debe ser el derecho de unos pocos. La censura y las barreras fomentan la desconfianza, la única forma de construir convivencia es retomar acciones cotidianas motoras de cultura ciudadana.
A un mes de las elecciones locales debemos creer, más que nunca, en las montañas que rodean el corazón de Medellín, en el río que baña sus tierras verdes y en el café que despierta los sueños de los ciudadanos. Sobre todo, es el momento de creer en su gente pujante, acogedora, trabajadora, vencedora de retos, con ganas de salir adelante y con consciencias que no están a la venta.
Adenda
Es necesario aclarar una imprecisión en mi columna anterior (1, 2, 3 por los quinteristas). La candidata a la Alcaldía de Medellín, Paulina Aguinaga, no votó por Lucas Cañas para la presidencia del Concejo. Votó por ella misma cuando ya se tenían los votos necesarios para elegir a un presidente que representara la oposición y no a Lucas Cañas, uno de los lugartenientes más fieles de Daniel Quintero.