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Columnistas | PUBLICADO EL 15 octubre 2020

La belleza de la ciencia

Por Diego Aristizábaldesdeelcuarto@gmail.com

Aún recuerdo, de manera muy difusa, el paso del cometa Halley en 1986. Los noticieros hablaron de eso un buen tiempo hasta que pasó y esa imagen por televisión quedó en mi memoria como si fuera una forma maravillosa de deslumbrar a un niño. En aquel entonces, el nombre de Halley no me decía más, años después descubrí que estaba asociado a un gran científico que calculó la órbita recurrente de un cometa en 1705, el cual volvería a pasar en 1758, pero Halley no viviría para verlo, así como no vivió para ver lo que quiero contarles hoy a raíz del último libro de Andrea Wulf: “En busca de Venus, el arte de medir el cielo”, una historia apasionante.

En la década de 1760 los astrónomos creían que el planeta Venus tenía la respuesta a una de las preguntas más importantes de la ciencia: era la clave para conocer el tamaño del sistema solar. Fue justamente Edmund Halley quien predijo que el 6 de junio de 1761, Venus atravesaría la cara del Sol. Él creía que una medición exacta de la duración de aquel raro encuentro celeste proporcionaría los datos que los astrónomos necesitaban para calcular la distancia entre la Tierra y el Sol.

Halley tenía 60 años cuando dijo esto en un artículo en 1716, sabía que no viviría para ver el tránsito, pero quería asegurarse de que la siguiente generación estuviera preparada. Y así empezó esta aventura donde el hombre trató de entender la naturaleza usando la razón, y se demostró, una vez más, que la ciencia tiene algo hermoso, y es que a pesar de que muchos de los descubrimientos que proyectan los científicos no podrán ser comprobados o vistos por ellos, se empeñan para que igual ocurran. Nada en la ciencia es un descubrimiento individual.

De hecho, Halley no llegó a esa conclusión solo, la idea de utilizar el tránsito de Venus como una herramienta para medir los cielos partió de los avances de la astronomía durante el siglo anterior. El trabajo unido por la ciencia, en muchos casos, ha sobrevivido a las guerras entre países. Cuando Francia le declaró la guerra a Gran Bretaña en 1793, el científico Joseph Banks continuó ayudando, cada que pudo, a los científicos franceses. “La ciencia de dos naciones puede convivir en paz mientras sus políticas están en guerra”, dijo. Desde aquel entonces ya se hablaba de cooperación internacional.

Al leer las páginas de Wulf, el despliegue de múltiples científicos en múltiples lenguas y latitudes para medir el paso de Venus, las dificultades que enfrentaron, los fracasos y los pequeños pasos que se dieron, recuperamos la fe para seguir forjándonos como humanidad. El próximo tránsito de Venus será en 2117, creo que ninguno de nosotros estará por estos lados, pero es lindo saberlo

Diego Aristizábal

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