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Columnistas | PUBLICADO EL 22 mayo 2020

La Ascensión

Por hernando uribe c., OCD*hernandouribe@une.net.co

Todo viviente viene a la vida con el instinto de ascender, ir de un lugar a otro más alto, y que en el ser humano se puede enunciar así: pasar de lo pésimo a lo peor, de lo peor a lo malo, de lo malo a lo bueno, de lo bueno a lo mejor y de lo mejor a lo óptimo. Es tan importante la ascensión, que hasta Dios, que ha descendido a ser hombre, ese hombre asciende a ser Dios.

La ascensión pertenece a la trama de la vida cotidiana. Todo está llamado a ascender, hasta las piedras en su limpia oscuridad, al ser dignificadas como parte del camino o de la casa. Más que una realidad geográfica o espacial, la ascensión es el paso de lo humano a lo divino, del hombre a Dios. La oración es puro ejercicio de ascensión, cultivo de la relación de amor con Dios.

Jesús, Dios hecho hombre, vivió el proceso de la ascensión en forma continua, contagiándola de modo impresionante a todo el que se le acercaba, pues todo gesto suyo era ascensión. Cuando hablaba, cuando miraba, cuando bendecía, cuando caminaba sobre el mar, cuando contaba parábolas y cuando dijo al buen ladrón: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”, en que paraíso es el mismo que habla, la más asombrosa manifestación de ascensión. Su vida entera fue puro acontecimiento de ascensión. Embelesaba al que miraba.

El centurión que custodiaba a Jesús al morir en la cruz, “al ver el terremoto y lo que pasaba”, dijo: “Verdaderamente éste era hijo de Dios” (Mt. 27,54). Modo asombroso de participar en el misterio de la Ascensión, como experiencia de la apertura del cielo y la seguridad de la salvación para sí mismo, sus compañeros y toda la humanidad, en un proceso que continúa.

Nicodemo, magistrado judío de mirada penetrante como lo demuestra al visitar a Jesús en la noche saludándolo con extrema jovialidad: “Rabbí, sabemos que tú has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar los signos que tú realizas si Dios no está con él” (Jn 3,2). Jesús le responde conmovido: “tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, no para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él”. Vivencia conmovedora de Ascensión.

La Ascensión de Jesús no fue un acontecimiento cosmológico de astronauta. Fue la manifestación de su cuerpo resucitado, que ya, inespacial e intemporal, solo era perceptible a los sentidos interiores, que, como los peregrinos de Emaús, con el corazón en llamas, lo reconocieron al ‘desaparecer de su vista’ .

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