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La Navidad de El Cucaracho

El Cucaracho era cruzado por la quebrada La corcovada, en cuyo trayecto había tramos propicios para el disfrute de los bañistas entre las piedras enormes que decoraban el caudal.

hace 10 horas
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  • La Navidad de El Cucaracho
  • La Navidad de El Cucaracho

Por Juan José García Posada - juanjogarpos@gmail.com

Son inseparables la Navidad y el paisaje campesino. No hay nochebuena más grata que la del entorno montañés. Ni la pólvora, ni la estridencia parrandera ni las otras perturbaciones nocturnas comunes a la desesperante vida urbana afectan la tranquilidad de la noche de paz. Emergen algunos riesgos y amenazas organizados por turistas depredadores que enajenan el derecho a la paz a las familias que sueñan con ponerse a salvo de los estallidos de tacos y voladores y el bullicio ensordecedor de los altoparlantes. Pero todavía prima una tónica de serenidad y respeto. El atentado contra la placidez de las noches campesinas es mínimo, comparado con lo que se aguanta sin remedio en las áreas ciudadanas.

Lo que se disfruta en la actualidad en las noches acompasadas por el susurro del follaje, los diálogos cercanos de los currucutúes y los ladridos de algún perro trasnochador recuerda aquellos tiempos de la Navidad en El Cucaracho, el paraje de Robledo, al Occidente de Medellín, descrito en la prosa magistral de Tomás Carrasquilla en su novela Frutos de mi tierra, a la que primero le había puesto el título de Jamones y solomos, que habría sacrificado una de sus obras más representativas. En El Cucaracho escribe Carrasquilla sobre el morro a donde se trasladaban muchas familias de Medellín en busca del descanso en épocas de vacaciones. Hoy en día se trata de un sector colmado de urbanizaciones, donde no puede ser fácil identificar los sitios de ahora tiempos. Quedaba arriba de Robledo y se ascendía por una falda de rieles que terminaba en una capilla a la que íbamos a la Misa de Galllo, a la media noche del 24 de diciembre y que estaba a pocas cuadras de la casa de campo de nuestra abuela materna, donde transcurrían inolvidables temporadas de diciembre y comienzos de enero.

El Cucaracho era cruzado por la quebrada La corcovada, en cuyo trayecto había tramos propicios para el disfrute de los bañistas entre las piedras enormes que decoraban el caudal. Cruzaba por el monte de Don Carlos Vásquez, donde además de las leyendas de espantos abundaban los árboles espesos, elevados y antiguos. Era terreno que recorríamos en las primeras jornadas de diciembre en busca de musgo para el pesebre enorme que los mayores armaban en la sala de la casa, donde rezábamos la novena en los anocheceres, confiados en que al amanecer del 25 encontraríamos al pie del árbol decorado los traídos del Niño Jesús, porque era y sostengo que sigue siendo él quien se encargaba de traer los regalos, de acuerdo con nuestro comportamiento y con la razonabilidad de nuestras peticiones. Desde antes del amanecer, todos los primos empezábamos la nueva jornada con la exhibición de los traídos, que, en nuestro caso, consistían, como sigue siéndolo, en un libro, una linterna, un juguete de moda, y ropa... Y sea donde fuere el rincón campesino, la Navidad más auténtica y entrañable sigue siendo la de El Cucaracho.

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