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El sesgo ideológico del gobierno no puede llevar a Colombia a la condescendencia con el régimen venezolano y mucho menos a ser un actor belicoso, poniendo en riesgo la soberanía y la seguridad de una nación.
Por Juan David Ramírez Correa - columnasioque@gmail.com
El despliegue militar estadounidense en el mar cercano a Venezuela va más allá de maniobras para controlar al narcotráfico en aguas internacionales. Tres barcos especializados en desembarque de fuerzas, tres destructores con misiles Tomahawk, un submarino nuclear, aviones espías y cerca de 5.000 marines, supera por mucho lo necesario para interceptar lanchas rápidas con pacas de droga.
Está claro que los impulsos de Donald Trump son impredecibles, pero aquí se ven sus ganas de conseguir la cabeza de Nicolás Maduro, un trofeo que le ayudaría mucho en el escenario geopolítico internacional y si bien las intenciones de Estados Unidos no son claras, lo cierto es que en el Palacio de Miraflores deben estar rascándose la cabeza pensando cómo quitarse la soga que le tiraron al cuello al régimen venezolano.
El Pentágono dobló la recompensa por el dictador y lo denominó jefe de jefes del cartel de los Soles. La cifra -$50 millones de dólares- es hermosa para alborotar la testosterona de los mercenarios.
Una insurrección también es viable. Por la plata baila el mono y a los militares venezolanos les puede interesar mucho la recompensa. Si desde el interior de las fuerzas venezolanas quisieran actuar, el apoyo a cualquier operación estaría a pocos kilómetros de la costa y quizás termine todo sea “a piece of cake”.
Tampoco se puede descartar una rendición. Cuando el agua llega al cuello, los sátrapas harán lo que sea para salvarse, sin importar si Maduro y su séquito se quedan solos, vulnerables y fáciles de capturar.
Por último, aunque remota posibilidad, esto podría ser la fase previa de una invasión, cosa que Estados Unidos no realiza en América Latina desde 1989, cuando invadió Panamá y solo le tomó dos semanas capturar, montar en un avión y confinar en una cárcel al general Noriega.
En medio de esta tensión, Colombia vive un impacto colateral: la posición en la que el presidente Gustavo Petro está poniendo al país. Ahí cabe una frase de un vídeo hecho viral en redes sociales: ¿a son de qué?
¿A son de qué está buscando el problema? Cuando comenzó el movimiento de tropas estadounidenses, Petro dijo que una intervención estadounidense en Venezuela sería una afrenta contra los pueblos latinoamericanos. Además, afirmó que el cartel de los Soles no existía, que era un cuento de la derecha para derribar gobiernos insurrectos.
A eso se suma esa relación “fraterna” con el gobierno de Miraflores, que oculta sus arbitrariedades. Ejemplo es la oscura idea de la zona binacional para hacer de la frontera un próspero espacio de cooperación económica. Idea que funge como una cortina de humo para tapar la realidad y darles libertad a los ilegales que delinquen en el territorio.
Lo último que hizo Petro fue ordenar que 25.000 soldados se desplacen a la frontera. Cosa que parece más un guiño político-militar a Maduro. ¿Por qué cuidar ahora la frontera y no cuando las disidencias de las Farc y el Eln arrasaron el Catatumbo y desplazaron a 40.000 personas? Muy cuestionable, aún más si se tiene en cuenta que los territorios colombianos están sin presencia de la fuerza pública y al garete de los grupos ilegales.
El sesgo ideológico del gobierno no puede llevar a Colombia a la condescendencia con el régimen venezolano y mucho menos a ser un actor belicoso, poniendo en riesgo la soberanía y la seguridad de una nación. Lo que está pasando debe sumar a la larga lista de asuntos que demuestran lo mal dirigido que está el país.