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En tiempo récord, se desarrollaron vacunas salvadoras. La colaboración internacional y el avance en tecnologías como el ARN mensajero permitieron que las vacunas estuvieran disponibles en menos de un año, algo que se creía técnicamente imposible.
Por Juan David Ramírez Correa - columnasioque@gmail.com
¿Dónde estaba en marzo de 2020? Le ayudo a recordar: el 11 de marzo de 2020, la OMS declaró la pandemia global por la propagación del virus SARS-CoV-2 (covid-19), dando inicio a un desafío más complejo que la gripe española de 1918.
Todo fue extraño. En medio del crecimiento exponencial de un enemigo invisible nos sometimos a la mayor contradicción que puede tener el ser humano: dejar de vivir en comunidad. Confundidos entre vida y muerte, solo pensábamos en el distanciamiento social, en los geles antibacteriales y termómetros digitales, acostumbrar las manos a no tocarse la cara y soportar hisopos por la nariz. Fue la época de aceptar a la fuerza que todo tenía que estar desinfectado y que mercar era un acto peligroso.
Los sistemas de salud colapsaron y los muertos se contaban por miles añadiéndole más incertidumbre a la vida. Las funerarias no dieron abasto y los rituales del duelo se rompieron, negándoles a las personas el noble acto de decir adiós a sus seres queridos. Días de extrañas sensaciones motivadas por el miedo a morir. Recuerdo, como si fuera ayer, haber tenido que decirle a mi padre que su vida se iba a reducir a la de un adulto mayor altamente vulnerable al virus. Nunca la humanidad había tenido un sentido tan existencial.
Al mismo tiempo, el otro gran drama se llamaba “¿qué hacer?”. Todas las actividades como las conocíamos dejaron de funcionar. “¿Qué hacer?”. La economía se desplomó y los empresarios se reventaron buscando salvar al mundo del frenazo en seco de los mercados. Los gobiernos se paralizaron y se develaron sus dificultades para darle sentido pragmático a las cosas. Todo estuvo servido para que el mundo se quebrara.
La ciencia apareció como un bálsamo. En tiempo récord, se desarrollaron vacunas salvadoras. La colaboración internacional y el avance en tecnologías como el ARN mensajero permitieron que las vacunas estuvieran disponibles en menos de un año, algo que se creía técnicamente imposible. Sin embargo, la resistencia de muchos a la solución científica fue paradójica. Teorías conspirativas y desinformación tóxica en las redes sociales hicieron que millones de personas se negaran a entender que la ciencia ha sido la herramienta para resolver los problemas que la naturaleza nos ha impuesto.
Las consecuencias sociales y económicas de la pandemia y del confinamiento, así como el impacto en la vida material y emocional de las personas, demuestran que estamos pagando consecuencias. Según el Banco Mundial, más de 100 millones de personas cayeron en pobreza extrema por la crisis sanitaria y económica. Además, se disparó la inflación, encareciendo un mundo ya empobrecido. De hecho, según la OIT, la renta per cápita mundial pudo haber caído un 4% por la pandemia.
Y quizás lo más duro: todos, sin excepción, tuvimos un familiar, un amigo o, al menos, un conocido, que falleció de covid. Siempre vamos a cargar con esos recuerdos.
El covid, a la larga, llenó de desconfianza a la sociedad.
Aunque parece cosa del pasado, cinco años no son suficientes para poner en perspectiva el impacto de la pandemia. De hecho, el virus sigue ahí. Según el Instituto Nacional de Salud (INS), en Colombia hubo 26.275 casos y 355 fallecimientos en 2024 por covid. Pero parece que creemos que es un asunto controlado. A veces vale la pena preguntarnos de nuevo, qué aprendimos. Somos dados a olvidar que la pandemia mostró la fragilidad y vulnerabilidad de la humanidad.