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Las Bacrim son micro dictaduras territoriales donde millones de colombianos —en lo urbano y en lo rural— viven sin derechos.
Por Juan Carlos Manrique - opinion@elcolombiano.com.co
No romanticemos más. Cualquier grupo armado organizado —clasificado como GAO, GAOR, GDO o GDCO— sin importar su origen, es para mí una Bacrim: las enemigas más feroces del Acuerdo de Paz. Con la firma del Acuerdo nos tragamos muchos sapos y, a la vez, se creó una ilusión: Por fin, más Estado que territorio, más país que territorio. Y lo más importante, democracia y derechos fundamentales para todos.
El paso de los días confirmó que somos expertos en expedir leyes y débiles en implementarlas. También que muchos de los actores violentos nunca tuvieron intención de entregar el poder en territorios sin Estado. Era ingenuo esperar lo contrario. Los espacios que dejó el Acuerdo resultaron rápidamente copados por las Bacrim, gracias a nuevos incentivos.
Uno de esos incentivos son los “acuerdos parciales”. Sergio Jaramillo advierte que Iván Cepeda le hizo un daño estructural a la paz en Colombia al promoverlos en la Ley de Orden Público. Estos pactos permiten negociar cuotas de poder sin renunciar al negocio criminal. Son un incentivo perverso: facilitan que las Bacrim se legitimen sin dejar las armas y nuevamente se rompió el principio base que nada está acordado hasta que todo esté acordado.
Pablo Escobar inauguró la era de la violencia “made in Bacrim”. Sus herederos cambiaron de fachada. Interpretan el libreto con mayor éxito, logrando un récord histórico de 250.000 hectáreas de coca y una presencia en 790 municipios. Alguna de las Bacrim dio la orden de asesinar a Miguel Uribe. Con ese crimen ratificaron un mensaje brutal: Desprecian el Acuerdo de Paz y dinamitarán cualquier intento de paz que las obligue a entregar poder. Defenderán a sangre y fuego su billonario negocio criminal, eliminarán y se vengarán de quienes las desafíen. En esta ocasión, se pararon con sevicia sobre los protocolos de protección de la oposición previstos en el Acuerdo —débiles y jamás implementados—.
Miguel ingresó a la política, entre otras razones, por lealtad a la lucha de su mamá: la paz del país. Era oposición y una amenaza para esas estructuras. Propuso, desde sus convicciones más profundas, una ruta muy incómoda: la paz. Coincido con Sergio Jaramillo: Miguel nunca recibió la protección que ordenaba el Acuerdo de Paz, “un golpe en el estómago al Acuerdo”. Como recordó Mauricio Gaona, la oposición es el precio de la democracia. Quienes la desprecian se niegan a pagar ese precio y se burlan de separar el poder de las armas.
Hoy, los candidatos presidenciales apuestan por obtener en 2026 una fracción del poder, que solo ejercerán en algunos territorios a punta de transacciones y pactos con poderes locales. En el resto del país, el poder real se lo disputan las Bacrim, no en elecciones, sino a sangre y fuego. Son micro dictaduras territoriales donde millones de colombianos —en lo urbano y en lo rural— viven sin derechos. Muchos los han perdido para siempre.
Las Bacrim están organizadas para tener cada vez más poder, para controlar cada vez más territorios. ¿Nosotros estamos organizados para qué? ¿Para perder o para ganar?
Miguel. Gracias Totales. “El guerrero dice que estas lágrimas son la risa del mañana que me espera”.