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Gracias a mi fobia (volar) comprendí cómo funciona el cerebro entre el miedo y la razón. Aprendí a acompañar a las personas cuando afrontan momentos de miedo. Entendí que el miedo no es debilidad.
Por josefina agudelo trujillo - josefina@tcc.com.co
Los viajes fueron parte fundamental de la rutina familiar durante mi vida en la casa de mis padres. La palabra miedo no existía y con tal de llegar al destino propuesto, utilizábamos barcos, aviones, trenes, carros y hasta camiones, sin preocupación por la distancia ni el tamaño del artefacto.
Hace algunos años, cuando mis hijos eran pequeños, ocurrió lo impensable. Me devolví de la puerta del avión cuando nos disponíamos a abordar un vuelo hacia Cartagena en viaje de vacaciones.
La escena no pudo ser más bochornosa. Mi esposo insistía en que no había ningún riesgo en abordar un avión, a la vez que mi mente racional se bloqueó para darle paso a la peor experiencia de pánico en mi vida.
Recuperar el equipaje, avisar a la familia en destino que el viaje se cancelaba, solicitar la devolución de los tiquetes, fueron apenas las primeras consecuencias en dicha situación.
Al retornar a casa con mi esposo e hijos me sentí estúpida y decepcionada de mí misma; sólo pude pedirles perdón por haber arruinado sus vacaciones y me encerré a llorar.
Cuando por fin mi cerebro racional retomó el control, comprendí que había desarrollado una fobia a volar y que requeriría ayuda profesional para superarla.
Al principio recibí medicación ansiolítica que me ayudó a gestionar los síntomas físicos que aparecían con solo programar el siguiente vuelo, bien fuera de trabajo o de paseo.
Llegué a creer que con voluntad y análisis racional del riesgo mínimo que implica volar en avión sería capaz de superarlo, pero no fue así. Cada vez era más fuerte la ansiedad anticipatoria y la evitación de viajes que me limitaba el disfrute de la vida.
Mi adorable prima siquiatra quien dirigía el tratamiento sugirió consultar con psicología conductual.
Por varios meses asistí a consulta con un reconocido psicólogo quien me ayudó a comprender cómo funciona el mecanismo de defensa que activa el miedo y envía mensajes de alerta máxima al cuerpo que se traducen en episodios de pánico.
La causa probable de mi fobia sería que, en algún momento de turbulencia normal en cualquier vuelo, mi cerebro codificó la sensación como una gran amenaza y por esta razón cada vez que aparecía un viaje mi organismo desencadenaba una hiper reacción defensiva. Igual que ocurre con las alergias respiratorias.
Una vez comprendido el fenómeno de activación, el siguiente paso del tratamiento consistió en aprender técnicas de detención de pensamiento que debería practicar durante la planeación y realización del vuelo.
Mi honesto psicólogo dijo que no debía pagar más consultas; que el dinero estaría mejor invertido en comprar tiquetes de avión para practicar lo aprendido.
Con gran esfuerzo seguí su consejo y hoy puedo afirmar que pasé del sufrimiento al disfrute cuando viajo en avión.
Gracias a mi fobia comprendí cómo funciona el cerebro entre el miedo y la razón. Aprendí a acompañar a las personas cuando afrontan momentos de miedo. Entendí que el miedo no es debilidad.