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Orgullosa de mi hijo y de tantos emprendedores que hay en nuestro país, celebro que varias universidades e instituciones de educación superior promuevan entre sus estudiantes el espíritu emprendedor.
Por Josefina Agudelo Trujillo - josefina@tcc.com.co
Emprender, según la RAE, significa “Acometer y comenzar una obra, negocio, empeño, especialmente si encierra dificultad o peligro”.
De acuerdo con esta definición, podríamos afirmar que el emprendimiento es una característica inherente al ser humano.
Ahora bien, cuando nos referimos a un emprendedor, imaginamos a alguien que identifica oportunidades de negocio, organiza recursos para llevar a cabo un proyecto empresarial y asume riesgos que la mayoría de las personas evitan.
Cuando mi hijo mayor cursaba el último semestre de estudio universitario, un día me dijo “mamá tenemos que hablar”. Quienes somos padres sabemos que esta invitación de un hijo es inaplazable, desafiante, y casi aterradora. Por fortuna, el tema de la conversación no fue tan grave como llegué a imaginar. Muy serio me dijo que al terminar sus estudios no estaría en sus planes buscar un empleo y mucho menos trabajar en la empresa familiar. Su vocación y decisión estaba clara, quería ser emprendedor.
No nos extrañó su decisión, ya que desde niño demostraba su creatividad, curiosidad y audacia para tomar riesgos. Decidimos apoyarlo en su proyecto y acompañarlo a explorar el camino, advirtiendo desafíos y oportunidades en la ruta.
Recuerdo que mi mayor preocupación en ese momento era el impacto sobre su autoestima si llegase a fracasar. Imaginaba que sería bochornoso pasar de emprendedor a empleado o a desempleado. En el entorno familiar se contaban historias de personas que pasaron de empleados a emprendedores con resultados exitosos y para ese momento de mi vida el fracaso no era opción. Veinte años después reconozco que la autoestima en juego era la mía y no la de mi hijo.
Por supuesto, fracasó en algunos de sus proyectos, pero acertó en otros y actualmente es un empresario y emprendedor incansable.
Orgullosa de mi hijo y de tantos emprendedores que hay en nuestro país, celebro que varias universidades e instituciones de educación superior promuevan entre sus estudiantes el espíritu emprendedor.
Admiro la labor de entidades como la corporación Interactuar, que acompaña a los emprendedores con crédito y formación para llevarlos a otro nivel de desarrollo.
Me complace conocer tantos casos de grandes empresas que promueven el intraemprendimiento entre sus colaboradores como una fuente infinita de innovación empresarial y desarrollo personal.
Me atrevo a afirmar que en el SXXI la ruta tradicional de estudiar-emplearse-emprender, puede ocurrir en cualquier orden y en muchos casos en forma simultánea. Que las personas pueden ir y volver entre emplearse y emprender sin prejuicios sobre el éxito y el fracaso. Y que estudiar debe ser el ingrediente que siempre está presente.
Finalmente, a la pregunta de si el emprendedor nace o se hace, mi respuesta es contundente; el emprendedor se descubre y se cultiva.