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Y que el asunto no es cuántas piezas se pierden sino cuáles son las que hay qué comer y así la cosa no es vaciar el tablero sino saber qué tan bien situadas quedaron las piezas restantes (ahí está la clave del botín).
Por José Guillermo Ángel R. - memoanjel5@gmail.com
Estación Chaturanga (nombre que tuvo el ajedrez en la India, antes de regarse por Persia, China y Rusia) a la que llegan los que saben moverse por entre ocho columnas y ocho filas, los que conocen la regla del ahogado (lo que permitiría un empate), los que saben que cada jugada es un acertijo y lo que parece un acierto puede llegar a ser un desastre, los que usan las estrategias de José Raúl Capablanca que no seguía teorías sino su propio ingenio, los excéntricos como Bobby Fischer, el gran maestro de sospechas impredecibles; los que le echan humo a su contrincante para desesperarlo (lo hacía Viktor Korchnoi), los que cambian de nacionalidad como Garri Kimovich Kaspárov (terminó croata), los que se fugan y terminan franceses (Alexander Alekhine), los que sacrifican piezas para después lanzar ataques implacables (Michail Tal, el mago de Riga, por ejemplo), los que son políticos y mueven las piezas planteando un juego sólido que vuelve líquido al de su oponente (el ogro Anatoli Karpov), los que juegan con todo y acaban destruyéndose a sí mismos, los que sacrifican la dama para crear ilusiones, en fin, al ajedrez llegan y salen. Y abundan el humo y las miradas.
Y en ajedrez, como en la guerra, el que gana es quien comete el penúltimo error, decía Savielly Tartakower, el jugador y teórico polaco, famoso también por la mala calidad de los cigarrillos que fumaba. Y aquí es donde viene el asunto de rusos y ucranianos, de israelíes y palestinos, de hutíes e ingleses, de franceses y africanos. ¿Cómo están jugando la partida? ¿Saben mover las 16 piezas que poseen? Si uno mira el caso de Gaza, allí el sacrificio es de peones, abriendo espacios para dar mate el rey. Ya, en la guerra de Rusia, las movidas son con caballos y alfiles, manteniendo quietas las torres o moviéndolas con cuidado, haciendo enroques (dando saltos) y propiciando dos movimientos a la vez. Los demás, son jugadores primerizos, o esa es la trampa.
Hablando con Jaime Orrego Posada (ingeniero civil y alumno on line de Karpov), me decía que en estas guerras ganan los que sepan de ajedrez, los que entienden cuando entra el caballo y hasta dónde corre el alfil, poniendo a la reina como señuelo y no dejando encerrar al rey. Y que el asunto no es cuántas piezas se pierden sino cuáles son las que hay qué comer y así la cosa no es vaciar el tablero sino saber qué tan bien situadas quedaron las piezas restantes (ahí está la clave del botín). Y bueno, una guerra se lee jugando ajedrez y no leyendo análisis y quejas hundidas en propaganda.
Acotación: ¿que habrá una guerra nuclear? No lo creo. Los que juegan no van a dañar la mesa de juego. Y como pasa en este juego, hay excentricidades y lógica, paciencia y tácticas incalculables.