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Por Jimmy Bedoya Ramírez - @CrJBedoya

El décimo hombre

Colombia vive en el espejismo de la normalidad. Mientras el poder repite que todo está bajo control, los territorios se desangran.

hace 10 horas
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  • El décimo hombre

Por Jimmy Bedoya Ramírez - @CrJBedoya

En tiempos de confusión colectiva, cuando los discursos se replican como mantras y el país parece navegar con piloto automático hacia un rumbo incierto, la voz que se atreve a pensar distinto suele ser vista como una molestia. Aunque es precisamente en ese ruido uniforme donde urge el rol del décimo hombre: aquel que, cuando todos asienten, decide dudar; cuando todos celebran, decide preguntar; y cuando todos niegan el riesgo, decide anticiparlo.

Colombia vive en el espejismo de la normalidad. Mientras el poder repite que todo está bajo control, los territorios se desangran. La institucionalidad se erosiona, la legalidad se vuelve selectiva y el miedo se normaliza. En un contexto así, el liderazgo no puede limitarse a administrar la crisis ni a disfrazar el fracaso con eufemismos técnicos. Necesita coraje para incomodar, visión para prever las consecuencias de los hechos actuales y ética para no callar ante lo evidente.

Nassim Taleb lo advirtió con precisión en “The Black Swan”: los acontecimientos que más trastocan la historia no suelen sorprendernos por falta de información, sino porque insistimos —de forma cómoda o arrogante— en creer que el mañana será una copia del presente. En el país esa confianza es letal. Seguimos creyendo que las instituciones soportarán cualquier tormenta, que la democracia sobrevivirá a cualquier populismo, que la violencia es asunto del pasado. Sin embargo, la historia no premia a los optimistas ingenuos, sino a quienes se preparan ante lo improbable, que no se dejan arrullar por el consenso.

En ese sentido, el décimo hombre es más que una estrategia de inteligencia o una figura solitaria en salas de crisis. Es una actitud colectiva asumida como sociedad. Cada ciudadano tiene hoy el deber moral de convertirse en ese décimo hombre quien, lejos de la paranoia, refrene el autoengaño en dirección al abismo. Si todos callamos, si todos repetimos las narrativas de moda, si todos justificamos lo injustificable por comodidad ideológica o por miedo al rechazo, entonces además de ser cómplices del deterioro: seremos sus arquitectos.

¿Quién se atreve a decir que las cosas no van bien cuando la información está compartimentada? ¿Quién denuncia la cooptación institucional cuando el discurso oficial la niega? ¿Quién advierte sobre los territorios sin ley cuando los micrófonos están ocupados celebrando pactos fallidos? El décimo hombre. No porque tenga todas las respuestas, sino porque se rehúsa a aceptar todas las mentiras.

Y sí, ser décimo hombre agota. Requiere carácter, convicción y resistencia. Es más cómodo asentir que interpelar. Aun así, el país no necesita comodidad: exige verdad, previsión y firmeza; con ciudadanos que cuestionen, periodistas que investiguen más allá del boletín oficial, líderes que escuchen al que disiente, académicos que alerten sin temor, jóvenes que no se resignen.

Taleb sostiene que los cisnes negros —esos eventos disruptivos que cambian la historia— no son raros por su frecuencia, sino por nuestra incapacidad para verlos venir, y eso es lo que debemos corregir. Nuestra ceguera voluntaria. Nuestra costumbre de mirar hacia otro lado. El futuro del país depende de nuestra capacidad para ejercer un liderazgo anticipativo, ético y contracorriente. ¿Estamos listos para asumir ese desafío? Taleb nos recuerda que los eventos improbables no solo pueden suceder, sino que, en un mundo complejo como el nuestro, tarde o temprano terminan por ocurrir. Es hora de prepararnos, juntos, para lo impensable..

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Por Jimmy Bedoya Ramírez - @CrJBedoya

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