Pico y Placa Medellín

viernes

0 y 6 

0 y 6

Pico y Placa Medellín

jueves

1 y 7 

1 y 7

Pico y Placa Medellín

miercoles

5 y 9 

5 y 9

Pico y Placa Medellín

martes

2 y 8  

2 y 8

Pico y Placa Medellín

domingo

no

no

Pico y Placa Medellín

sabado

no

no

Pico y Placa Medellín

lunes

3 y 4  

3 y 4

Latinoamérica debería dejar de mirar a Europa

En suma, la búsqueda de modelos externos para nuestro desarrollo parece un camino estéril. Tal vez lo sea porque implica buscar nuestro destino fuera, ya sea en otros espacios o en otros tiempos.

hace 6 horas
bookmark
  • Latinoamérica debería dejar de mirar a Europa

Por Javier Mejía Cubillos - mejiaj@stanford.edu

Durante siglos, las élites latinoamericanas han estado fascinadas con Europa Occidental. Fantasean con los cafés de París y la ópera de Londres, y sueñan con que nuestras sociedades adopten lo que entienden como “el modelo europeo”. Este eurocentrismo ha moldeado nuestras constituciones, sistemas educativos, patrones urbanos e ideales de progreso. Quizá esto tuvo sentido en algún momento, pero estoy convencido de que hoy no lo tiene.

No hace falta detenerse en las tensiones políticas y culturales que atraviesa Europa para entender esto. Basta con observar su desempeño económico. El continente lleva tres décadas creciendo bastante menos que el promedio mundial. Las causas son diversas, pero recientemente fueron sintetizadas con claridad por Mario Draghi, ex primer ministro italiano y expresidente del Banco Central Europeo. En un informe para la Comisión Europea, Draghi señala que el modelo europeo —con sus regulaciones excesivas, la falta de inversión en investigación y desarrollo, y la fragmentación del mercado interno— carece de los incentivos y estructuras necesarios para fomentar la innovación, adaptarse al cambio tecnológico y competir en el escenario global. Empeñarse en seguir un modelo en declive es ignorar las realidades del siglo XXI.

Si Europa ya no es un buen referente, ¿hacia dónde debería mirar América Latina? La opción más inmediata es Estados Unidos. Su modelo—basado en la libertad individual, el dinamismo de los mercados y la innovación constante—ha demostrado una capacidad única para atraer talento y ha sido la cuna de la mayoría de las empresas que han liderado la transformación tecnológica global en la última mitad de siglo. Al sistema americano, sin embargo, le ha costado traducir el dinamismo de su economía en mejoras en condiciones de vida más amplias. Los indicadores de salud de Estados Unidos, por ejemplo, se han deteriorado sostenidamente en la última década, al igual que todas las métricas subjetivas de satisfacción con la vida. Los estadounidenses llevan más de 10 años describiendo sus vidas como menos plenas que antes.

Latinoamérica es consciente tanto del potencial como de los riesgos de este modelo. Por décadas, el “modelo americano” ha influenciado la política económica de la región. A pesar de su fuerte presencia, su implementación ha sido difícil y, en muchos casos, los resultados han estado lejos de ser los esperados. En mi opinión, el principal obstáculo ha sido el choque entre la lógica mercantil de este modelo y una cultura donde instituciones no mercantiles, como la familia, organizan buena parte de la vida cotidiana. En muchos lugares de nuestra región, la mercantilización ha erosionado el tejido social; en otros, los mercados simplemente no han logrado florecer porque la sociedad sigue prefiriendo otros mecanismos de asignación de recursos.

Esto debería impulsarnos a mirar más lejos. Corea del Sur, Singapur, Taiwán y, en cierta medida, China, se presentan como referentes atractivos. Estas sociedades han apostado por un fuerte rol del Estado, planificación a largo plazo, disciplina social y una cultura que valora el mérito y la educación. El resultado son algunas de las economías más dinámicas de los últimos cincuenta años. Pero su éxito se ha apoyado en un profundo respeto por la autoridad y la regulación, algo que contrasta con el individualismo, la diversidad y la tradición de resistencia a la autoridad que caracterizan a buena parte de América Latina. En la región que vio nacer el “obedezco pero no cumplo” y donde los movimientos sociales tienen un papel central, replicar el modelo asiático también implica una transformación cultural que veo aún menos prometedora que la de la adaptación a las lógicas mercantiles del modelo americano.

Quizá, entonces, la respuesta no esté en mirar más lejos, sino más cerca. Esto no es una idea nueva: cada cierto tiempo, Latinoamérica vive oleadas en las que sus élites redescubren raíces autóctonas y proponen modelos “a la latinoamericana”, exaltando símbolos y tradiciones locales. Desafortunadamente, estos intentos suelen caer rápidamente en una romantización ingenua de un mundo rural e indígena que no representa la realidad ni las aspiraciones de la mayoría de los ciudadanos de la región hoy.

En suma, la búsqueda de modelos externos para nuestro desarrollo parece un camino estéril. Tal vez lo sea porque implica buscar nuestro destino fuera, ya sea en otros espacios o en otros tiempos. Quizá debamos abandonar esa búsqueda aspiracional, y movernos hacia una reflexión contextual. Es decir, en lugar de preguntarnos en qué tipo de sociedad queremos convertirnos, deberíamos concentrarnos en entender qué tipo de sociedad somos. Y esto debe ser un ejercicio honesto, no un intento de encontrar mérito en pasado que poco se parece a nuestro presente.

En mi canal de YouTube hablaré sobre qué tipo de políticas podrían acercarnos a ese objetivo.

Sigue leyendo

Regístrate al newsletter

PROCESANDO TU SOLICITUD