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Existen infinidad de consejos acerca de cómo dar charlas, pero nunca he visto alguno acerca de cómo recibirlas. Esto es paradójico, porque por cada charla que uno tiene la oportunidad de dar, suele tener que escuchar decenas, si no es que cientos, de ellas.
Puesto que buena parte de mi trabajo como académico consiste en asistir a charlas, seminarios, y comités, me atreveré a compartir algunos consejos prácticos para beneficiarse de aquellos.
1. Prestar atención. La mayoría de las personas en todo auditorio o sala de juntas suelen estar distraídas, generalmente mirando sus teléfonos. El primer paso para aprovechar una charla es comprometerse a dirigir todos los sentidos hacia lo que está sucediendo en el recinto.
¿Cómo lograrlo? Además de apagar el teléfono, yo suelo usar la Técnica de la Abuelita de Caperucita Roja: sentarse tan cerca como sea posible del presentador. Estando al frente del presentador, uno puede oírlo mejor, verlo mejor, y... preguntarle cosas más fácilmente. Además, estando cerca del presentador, el campo visual de uno no abarca al resto de la audiencia, esto suele aliviar a aquellos que sufren de ansiedad social, facilitándoles concentrarse en la charla.
2. Escuchar el mensaje. Incluso aquellos que sí prestan atención al presentador suelen estar concentrados en sus propias preconcepciones, en lugar de enfocarse en lo que el expositor desea comunicar. Para llevarse algo valioso de una charla, primero hay que entender realmente cuál es el mensaje del presentador. Esto implica comprender su argumento, reflexionar sobre sus motivaciones, y reconocer su forma de comunicar. Un buen hábito es evitar formular críticas antes de que el presentador termine, y concentrarse, en cambio, en preguntas aclaratorias. Para la mitad de la charla, uno debería tener respuestas satisfactorias a lo siguiente: ¿Estoy entendiendo todo lo que el presentador quiere decir? ¿Por qué me quiere decir eso? ¿Para qué me lo está diciendo? ¿Por qué me lo está diciendo de esta manera y no de otra?
3. Identificar aprendizajes. Una vez entendido el contenido, forma, y propósito del mensaje, uno debe identificar qué lecciones vienen de él. Para eso no es necesario acoger el mensaje como cierto. Es perfectamente posible estar en completo desacuerdo con el mensaje, pero reconocer como valioso algo más de la charla—e.g. algún dato, metodología, o perspectiva.
4. Identificar críticas. Solo después de reconocer qué se ha aprendido del presentador, es relevante reflexionar y plantear las críticas a su mensaje. La mejor forma de plantear una crítica es describir con claridad en dónde está el problema del argumento y cuáles son las implicaciones de ello. Proponer ideas de cómo solucionarlo es algo que, en la medida de las posibilidades, también debería incluir una crítica. El tono en el que esto debe hacerse depende del contexto. En contextos académicos, es indispensable ser constructivo, especialmente si el presentador está en una posición de menor jerarquía que uno. En contextos decisorios, como comités o juntas, es más importante ser estratégico, –las críticas aquí deben ir dirigidas al objetivo que uno tenga dentro de la reunión–.
5. Analizar el entorno. Existen circunstancias en las que no es posible extraer valor de una charla, sea porque uno rápidamente ha entendido todo y la información restante es redundante o, por el contrario, porque a pesar de todo esfuerzo, el contenido de la charla es completamente ininteligible. En esos casos, recomiendo dirigir la atención al resto de cosas que suceden en el recinto. La idea es reflexionar sobre la sociología del contexto, identificar quiénes están en el auditorio, cómo reaccionan a la charla, cómo formulan sus preguntas, y cómo reacciona el presentador a todo ello. Lo que yo hago es imaginarme como narrador de un documental de National Geographic en el que presento el recinto como un ecosistema de animales salvajes. Hacer consciente esas dinámicas silenciosas es una herramienta de gran utilidad para navegar mejor ese contexto en el futuro.
6. Retirarse cuando sea necesario. Finalmente, si nada de lo anterior resulta provechoso y no hay nada más que se pueda ganar de la charla, lo apropiado es abandonar el recinto. Muchos interpretan esto como descortés. Yo pienso que es mucho más respetuoso que permanecer en el auditorio y estar completamente distraído en otras actividades.
Espero que se entienda que al hablar de charlas me estoy refiriendo a la actividad general de ser parte de una audiencia, por lo que algunos de estos consejos también pueden ser útiles a cosas como ver una película o leer un libro. También espero que sea fácil ver que lo que propongo aquí es una especie de decálogo filosófico, sobre valorar la agencia propia y resaltar el verdadero significado de la libertad.
Si se tiene algo más importante que hacer, ¿por qué estar sentado en ese auditorio? Si se está allí porque “es obligatorio”, quizá sea momento de cuestionar la participación en el sistema que le obliga a uno a estar allí o, en su defecto, aceptar la situación con estoicismo y aprovecharla al máximo.
Por último, estos consejos también apuntan a una cuestión de dignidad y respeto hacia el entorno. Muchas veces, nuestras interacciones con los demás están marcadas por la indiferencia cínica o la cortesía vacía. Lo que propongo es una perspectiva basada en la gentileza y la honestidad: reconocer y valorar el esfuerzo del otro, pero también señalar con franqueza cuando sus intereses no se alinean con los de uno. En mi experiencia, esta actitud suele ser agradecida por quienes nos rodean y promueven ambientes de cooperación genuina.
