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La pregunta no es muy original, pero tiene tras de sí todo el desencanto que produce descubrir nuevas cotas de corrupción alcanzadas por personas que se mueven en un mundo, el del saber, que uno supondría impermeable a ciertas tentaciones. Una investigación del periódico El País de España sacó a la luz cómo decenas de investigadores llevan años vendiéndose al mejor postor, en este caso universidades ricas, para que estas se mantengan en los puestos más altos del ranking de las mejores del mundo.
Esa práctica, fraudulenta según la investigación, la ejecutan decenas de reputados investigadores de distintos lugares del orbe que producen tal cantidad de artículos al año que generan sospechas entre sus propios colegas. Este punto es importante tenerlo en cuenta porque es una de las formas como se mide el nivel de una universidad (aunque el ranking es tan elitista que lo que más puntos da para ascender en el escalafón es el número de premios Nobel que tengan en nómina).
Pues bien, resulta que a cambio de cifras muy altas de dinero, que están en torno a los 70.000 euros anuales, los investigadores declaran falsamente que su trabajo principal está en universidades árabes y de esa forma estas consiguen subir en las clasificaciones académicas del ranking de Shanghái, algo así como la Biblia que emite cada año la lista de lo mejor de lo mejor en el mundo académico universitario. Ser mencionado en ese listado implica para cualquier institución superior tener mayor influencia política y poder cobrar más por sus matrículas.
Muchos profesores han comenzado a denunciar ofertas de este estilo que rechazaron en su momento. Pero por obra y gracia de los petrodólares, Arabia Saudí se puede jactar de tener 112 investigadores que figuran en la lista de los más citados del mundo, cinco veces más que los que tienen las universidades alemanas. Sospechoso, ¿no? Es tan sensible el tema que una universidad española cayó 150 puestos en el escalafón cuando uno de sus catedráticos de planta apareció como docente principal de una institución árabe. El escándalo está servido.
Hace ya 10 años, Michael J. Sandel, quien fue durante veinte años uno de los profesores más populares en la historia de Harvard, y cuyas clases tenían una asistencia casi masiva, escribió un libro titulado Lo que el dinero no puede comprar. Los límites morales del mercado. Cuánto le convendría a muchos detenerse a leer sus reflexiones sobre las diferencias que existen entre una economía de mercado, necesaria, y una sociedad de mercado que le pone el signo pesos a todo lo que hay en la vida. Basta con leer los comentarios de los lectores sobre el artículo publicado en el periódico español para sentir aún más desencanto. Según algunos, esto no ocurriría si se les pagara a los investigadores lo que merecen. Es cierto que la remuneración que perciben no está acorde con el esfuerzo y sacrificio que le ponen a su trabajo. Pero si siguiéramos esa lógica, habría que despedirse de la ética para siempre, y declararnos derrotados por el vil metal.