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Columnistas | PUBLICADO EL 14 junio 2021

Había una vez una misión pedagógica

Por Juan José García Posadajuanjogp@une.net.co

Había una vez... un Movimiento Pedagógico Nacional que impulsaron en Fecode personajes tan comprometidos con la causa y la misión educativa, no con la estrategia electorera, como el Maestro Abel Rodríguez Céspedes. Educar no podía ser un pretexto para ganar poder político y burocrático, sino una misión, una causa, un propósito nacional. No renunciaron Rodríguez, ni Antanas Mockus y compañía, a las reivindicaciones laborales. Pero pusieron en primer plano la evaluación del quehacer pedagógico, el mejoramiento cualitativo de la educación, la tecnología y la reforma curricular. Cuestiones esenciales, de fondo, que hoy en día reposan, o yacen, opacadas en la neblina de la historia.

En 1984 apareció la primera edición de la revista Educación y Cultura, en la cual se grabaron los principales criterios del Movimiento Pedagógico, frustrado luego por la insensatez inmediatista y el juego de los intereses creados. Primero, se trató de aglutinar y elaborar las preocupaciones profesionales del magisterio y sus esfuerzos aislados. Los líderes de entonces quisieron que el movimiento fuera más allá del gremio, porque “los educadores podemos llegar a constituir una de las pocas fuerzas culturales relativamente independientes frente al poder del capital y del Estado”. Y a mediano plazo pretendieron “gestar proyectos pedagógicos alternos, que no nazcan de los escritorios ministeriales sino de la corrección crítica de nuestra propia práctica”. Hubo insistencia resonante en la finalidad de pensar en la renovación de las normales y la formación de los verdaderos maestros, como lo fue el respetado e ilustre don Abel Rodríguez, quien nunca renegó de sus preferencias por la izquierda y mucho menos de su vocación inquebrantable de pedagogo.

Aquel Movimiento Pedagógico se le adelantó al Estado, por dos siglos indiferente ante la realidad y el destino de la educación. El Ministerio era siempre un comodín del que se adueñaban políticos patidifusos. Pensar en el porqué y las finalidades de educar era un asunto irrelevante. Como parece que sigue siendo en esta época de confusión, incertidumbre, maromas politiqueras y abundancia repelente de consignas sin argumentos mínimos, de insultos, agresiones y sinrazones que revelan irracionalidad y primitivismo. Me parece muy difícil que se reconstruya la reflexión pedagógica en momentos en que la educación ha dejado de catalogarse como causa primordial, misión trascendental, dinamizador del verdadero progreso de este país. Si los estudiantes han perdido año y medio, es grave, pero no tanto como la pérdida fatal de credibilidad de muchos maestros que han cancelado sus principios para dejarse confundir con agitadores dañinos y deformadores. Uno o dos años los recuperan los muchachos. Pero nunca los recobrará un gremio que se equivocó en tácticas y estrategias de corto alcance desde cuando perdió la vocación pedagógica y el sentido profundo de su misión de formar generaciones

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