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Columnistas | PUBLICADO EL 07 julio 2020

Fleming, el “asesino” salvavidas

Por humberto monterohmontero@larazon.es

Nos toman por borregos. Explicaba el gran divulgador científico Isaac Asimov que el culto a la ignorancia en Estados Unidos, extensible al mundo entero, partía de la falsa creencia de que “la democracia significa que mi ignorancia es tan válida como tu conocimiento”. Esta dramática confusión es más evidente que nunca en nuestros tiempos, donde vemos caer estatuas sin motivo y nos quieren hacer comulgar con ruedas de molino. Recordarán que, en plena reclusión en España, el 31 de marzo publiqué en estas páginas una columna titulada “La estatua ecuestre de Alexander Fleming” en la que advertía de nuestra estulticia manifiesta, capaz de erigir monumentos colosales a carniceros y de olvidar a los genios. Ponía como ejemplo a Fleming, descubridor de la penicilina, un milagro que salva millones de vidas cada segundo y que, por sí mismo, duplicó la esperanza de vida de la humanidad. Pensaba que el bueno de Fleming no había recibido jamás el reconocimiento debido. Pero estaba equivocado. Resulta que en la propia ciudad de Madrid, además de contar con la única estatua del mundo dedicada en un lugar público al diablo, la del Ángel Caído, en el Parque del Buen Retiro, también había otra a Fleming.

Pensarán en buena lógica que la misma se encuentra a las puertas de una de las muchas facultades de medicina de la capital española, quizá frente al Panteón de Hombres Ilustres o junto a alguno de los muchos grandes museos, como el Prado. Pero no. El busto erigido al científico británico se encuentra junto a una de las puertas de la hermosa Plaza de Toros de Las Ventas.

Se preguntarán qué diantres hace Fleming en una plaza de toros. ¿Era aficionado a la Fiesta, como Hemingway? Nada más lejos de la realidad. La estatua de Fleming se levantó con fondos de los toreros, agradecidos a quien tantas vidas salva en los ruedos.

Pues bien, en la furia de los ignorantes contra las estatuas de cualquiera que no sea Lenin o Marx, la efigie, precedida de la de un torero brindando con su montera la faena al buen descubridor, fue atacada recientemente con pintura. Algún borrico sin luces escribió a duras penas la palabra “asesino” bajo esta placa: “Al Dr. Fleming, en agradecimiento de los toreros. 1964”.

Sirva este ejemplo para ilustrar la majadería de la nueva extrema izquierda, más extrema que nunca. Estos asnos, que quieren hacernos tragar con la farsa de la nueva doctrina LGTBI, según la cual, y cito textualmente, existe “un atávico sistema en donde las relaciones se estructuran en función de un sistema sexo-genérico, que legitima y perpetúa roles” y, por tanto, el género lo decide cada cual, consideran que un transexual reconvertido en mujer siempre fue mujer, porque sí. Así, un tipo disfrazado de marciano que se crea tal debería ser reconocido como extraterrestre. No seré yo quien le quite derechos a nadie por ser transexual o creerse un marciano, pero tampoco les vamos a dar más que al resto.

Y es que, poco podemos esperar de quienes, siguiendo sus razonamientos, tirarían abajo el Coliseo de Roma, las termas de Bath o el Acueducto de Segovia puesto que los levantó un Imperio esclavista. Los mismos que consideran que todos los suizos deberían pedir perdón por la ejecución en 1553 a manos de Calvino de Miguel Servet, descubridor de la circulación pulmonar de la sangre. Los mismos que tachaban de hereje a Servet son ahora los que quieren lapidar a los lapidadores .

Humberto Montero

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