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Columnistas | PUBLICADO EL 03 abril 2019

ESTO VA PARA LARGO

Por alberto velásquez m.redaccion@elcolombiano.com.co

Como se ven y desarrollan los acontecimientos en Venezuela, sospechamos que la llamita del liderazgo opositor al autócrata Maduro, se está apagando. Pareciera que la cera de la vela se derritiera ante la desesperanza de su pueblo que ve atornillado al déspota a su trono cesáreo. La oposición al régimen mira con impotencia el protagonismo poco efectivo de las naciones que condenan, sin resultado práctico alguno, las arbitrariedades del régimen.

Colombia comienza a sentir los rigores de la migración del pueblo venezolano. El desempleo sube, las calles y semáforos de las ciudades están abarrotadas de población vecina que suplica una ayuda para no morir de hambre. Por trochas y desafiando peligros, llegan por marejadas los acosados por la desnutrición, la enfermedad, las carencias de toda índole originadas en el mandato inhumano del jayán vecino.

Colombia tendrá que crecer más la deuda –ya por sí elevada– para atender esa demanda inédita de los venezolanos. Hasta la regla fiscal tuvo que ser alterada para acomodarse a tan penosas circunstancias. Pasará del 2.4 al 2.7 % el déficit fiscal admitido con relación al PIB. O sea un total de $3 billones adicionales para atender los gastos causados por esos contingentes de inmigrantes. Suma, como es obvio, con cargo a la deuda pública colombiana, es decir, a sufragarla todos los ciudadanos contribuyentes.

La afluencia de ríos humanos de venezolanos satura la capacidad de absorción del país. Se estima que supera el número de 1.200.000 almas. No hay presupuesto nacional, ni finanzas suficientes, ni tesorerías posibles, que alcancen para satisfacer de inmediato las necesidades mínimas de esta migración. Máxime para un país como Colombia con un bajo crecimiento de la economía, con una alta tasa desempleo, con un crecimiento desproporcionado de narcocultivos para cuya erradicación hay limitados recursos, con un sangriento alzamiento indígena en el sur del país para exigir cuantiosas sumas de dinero como condición para levantar sus talanqueras, y con una carga pesada de compromisos monetarios para financiar los gastos del discutido tiempo del posconflicto. Ese periodo desconceptuado por irreal por el mismo Comité Internacional de la Cruz Roja al denunciar que hoy hay “cinco conflictos armados internos” que están creando no solo más crímenes sino desplazamientos forzosos que demandarán más recursos de los escasos que le van quedando a este país de inequidades y rupturas sociales.

Así que el panorama económico para enfrentar la migración de venezolanos no es claro. Colombia ha llevado el peso mayor en esta crisis humanitaria. La comunidad internacional ha sido cicatera en sus aportes monetarios. Eso sí, cada día, a través de sus burocráticos organismos, inunda al hemisferio con declaraciones de solidaridad, llenas de retórica huera que se quedan en buenas intenciones, en simple saludo a la bandera.

Percibimos que esta situación venezolana va para largo. Y que a Colombia, dado los momentos difíciles que atraviesa, se le aumentan sus riesgos por afrontar esa crisis humanitaria que invade barrios y calles en medio del desespero, hecho que podría acentuar más los altos índices de inseguridad que ya se vuelven parte insustituible del paisaje colombiano.

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