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Cambio películas por comida

hace 7 horas
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Por Esteban Restrepo Monsalve - @EstebanRestrepoMonsalve

Por mi edificio en Castropol, desde la pandemia, pasa un hombre que grita: “¡Cambio películas por comida!”. Nunca lo he visto de cerca, pero su voz se ha vuelto parte del paisaje sonoro de mi lado de la ciudad. A veces aparece cada par de meses, otras veces se demora medio año. Pero siempre que lo escucho me deja pensando.

Al principio pensaba que de verdad cambiaba DVDs, no creo que fueran películas de VHS. Después un amigo que vive cerca me contó que no, que ese era su gancho, su hook diríamos en creación de contenido: que no tiene películas, esa es su disculpa para que se le acerquen y le den dinero o comida. No sé si sea cierto o no. Pero entonces, esa frase me parece una metáfora de algo mucho más grande.

¿Qué tan hondo debe ser el hambre para salir a la calle a decir eso? ¿Y qué tan extraño es, en pleno 2025, ofrecer una película cuando casi nadie tiene un DVD? La escena siempre me ha parecido una disonancia entre dos tiempos: uno que ya pasó y otro que aún duele.

En el programa Liderario de ProAntioquia, donde trabajamos un proyecto sobre pobreza, me impresionaron las cifras. Según el DANE (2024), la línea de pobreza monetaria en Antioquia está alrededor de $484.684 por persona al mes, y la de pobreza extrema cerca de $218.361. Es decir, una familia de cuatro personas que viva con menos de $2 millones mensuales ya está bajo la línea de pobreza. En Medellín, una de cada cuatro personas vive en pobreza monetaria, y en los hogares encabezados por mujeres, la cifra es aún peor.

La pobreza no solo es falta de ingresos: también es una herida en la dignidad. En el caso de las mujeres, esa herida suele ser doble. Son ellas quienes más cargan con la responsabilidad del cuidado, quienes más trabajan en la informalidad y quienes más enfrentan el hambre.

Hace poco, volviendo del Suroeste del Departamento, vi en la carretera entre Fredonia y Amaga a otro hombre con una pala al borde de la carretera. Es una imagen que ya hace parte del paisaje de nuestro país, recuerdo a estos personajes desde pequeño. Fingía arreglar la vía mientras pedía monedas. Digo fingía, por que esa via lleva asi toda la vida por problemas geológicos y de mantenimiento y dudo que realmente con su pala pueda hacer algo al respecto. Y pensé que hay muchos modos de pedir sin decirlo, de disimular el hambre con una acción simbólica: ofrecer una película, fingir un trabajo, aparentar un trueque.

Quizá por eso me sigue resonando tanto esa frase: “cambió películas por comida”. No es solo un grito de necesidad; es también un intento desesperado de no perder la dignidad. De seguir ofreciendo algo, aunque no haya nada que ofrecer.

Y tal vez, sin darnos cuenta, esa frase dice mucho sobre nosotros. Sobre la ciudad que escucha, pero rara vez responde. Sobre un país donde millones viven en la supervivencia. Y sobre cómo, mientras unos corremos por productividad, otros solo quieren comer.

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