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Tan fácil subirse al bus de la victoria y olvidar que hace poco, para muchos, las futbolistas no eran más que un puñado de «niñas» jugando a la pelota. Lo difícil es no caer en estereotipos. Lo difícil es narrar los partidos sin sexismo ni misoginia.
Por Sara Jaramillo Klinkert - @sarimillo
Lo primero es confesar que yo de fútbol solo sé que es una palabra grave y que tiene seis letras. Jamás me he visto un partido, ni siquiera por televisión. Desconozco las reglas y soy incapaz de identificar a los jugadores, salvo tal vez los más famosos y eso por los productos que publicitan o por los escándalos que protagonizan, no por sus habilidades en la cancha.
Está claro que esta no es otra columna sobre fútbol, no puedo opinar sobre lo que no sé. Lo que sí conozco de sobra es lo que significa ser mujer y destacarse en una actividad que, por años, se consideró exclusivamente masculina. Conozco bien los obstáculos, las trabas, la falta de oportunidades, el coro de voces diciéndote que estás en el lugar equivocado, que busques otra cosa, que no pierdas tiempo, que no lo vas a lograr, que jamás estarás a la altura de un hombre, que mejor te vayas a casa a cuidar al marido y a los hijos. ¿No tienes marido? ¿No tienes hijos? Algo está mal en tu vida, revísate, ubícate, ponte tacones, vístete como una mujer, actúa como una mujer.
Por superar todo lo anterior, aplaudo a las futbolistas: sin apoyo, sin dinero, sin recursos, sin barra, llegaron hasta donde llegaron. Conozco la razón: sienten pasión por lo que hacen. Soy profesora de escritura y lo primero que suelo decirles a mis alumnos es que si no están dispuestos a entregarle todo a la escritura mejor se dediquen a otra cosa. Y cuando digo todo, es todo, sin excusas. El músico César López lo resumió mejor en un tweet que le leí hace poco: “Si realmente quieres la música en tu vida tienes que entregarle toda tu vida y tu tiempo a ella y al estudio de sus formas. Y hay que saber que por un día que olvides la música ella te olvida dos”. Está claro que en el fútbol, en la escritura, en la música, así como en muchas otras actividades, existen componentes ocultos que solo padece quien se dedica seriamente a ellas. Las madrugadas, las horas de entrenamiento no se ven. Tampoco se ven las páginas tiradas a la basura o los fines de semana y paseos sacrificados. Nadie ve la presión, el miedo a fracasar, a no dar la talla, a equivocarse, a perder tanto tiempo y esfuerzo.
Tan fácil subirse al bus de la victoria y olvidar que hace poco, para muchos, las futbolistas no eran más que un puñado de «niñas» jugando a la pelota. Lo difícil es no caer en estereotipos. Lo difícil es narrar los partidos sin sexismo ni misoginia. Lo difícil es entender la diferencia entre igualdad y equidad. Lo difícil es dejar de creer que las mujeres son inferiores y, por lo tanto, merecen inferiores recursos. Lo difícil es tener suficiente inteligencia para comprender que el mundo ha cambiado.
Lo que hay que aplaudir hoy no es el resultado del mundial, sino la pasión que llevó a las futbolistas hasta allá. Hay que aplaudir que no le hayan hecho caso a los pelotudos que les dijeron que no iban a lograrlo y, sobre todo, a los que aún no se cansan de desestimar sus victorias y de ponerles obstáculos.