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Todavía tengo fresco el recuerdo de la esperanza que sentí durante el proceso de transición gubernamental el semestre pasado, al anunciarse el nombramiento de Alejandro Gaviria como ministro de Educación. Basado en los antecedentes de una gestión destacada como Ministro de Salud, y también en lo que fue su carrera como técnico y académico en diferentes instituciones, parecía que una de las carteras más determinantes para sentar las bases del mejor desarrollo de nuestro país quedaba en manos de alguien que le daría altura y dignidad al sector, que provocaría discusiones profundas sobre las necesidades del país mayoritariamente maleducado, y que devolvería al lugar que le corresponden el derecho de todos los niños, niñas y adolescentes a recibir una buena educación.
Lo que vino después todos lo conocemos. Las esperanzas iniciales quedaron sepultadas, y el sector de la educación se vio injustamente lastimado por una más de las recurrentes discusiones polarizadas que a diario fragmentan a nuestro país, generando no solamente la salida del ministro, sino con ella también la de otros integrantes de posiciones críticas del equipo de la cartera, como el viceministro de Educación Básica y Media.
Sin conocerlo personalmente, y con el único antecedente de lo que fue su trabajo como secretario de Educación, vi con buenos ojos la posesión en estas semanas del nuevo viceministro de ese ramo, Oscar Sánchez. Su trabajo durante la Alcaldía del hoy presidente fue responsable, discreto y alejado de vanidades políticas, y permitió que durante unos años en los que el panorama político de Bogotá estuvo tan enrarecido, los actores del sector pudieran avanzar en el cumplimiento de sus objetivos encontrando en su despacho siempre una buena disposición, y espacio para un diálogo constructivo.
Uno de los aspectos que más he lamentado siempre de la manera como trabajan los actores educativos del país es la muy poca disposición para generar sinergias entre el sector oficial y el privado. Cada intención de provocar acercamientos entre los dos sectores muere rápidamente ante el prejuicio de que se quiera “privatizar la educación”, y por esa vía, pareciera que un sector tan crítico como este sus actores pedalearan siempre sobre una bicicleta estática.
Confío en que con la llegada del nuevo viceministro, y bajo un liderazgo humilde y diligente, no sólo se logren los objetivos iniciales que él mismo ha planteado de resolver temas estructurales de un sector tan golpeado desde antes de la pandemia. Sería ideal que se abriera también espacio a conversaciones más proactivas sobre la manera en que todos, sin distingos de origen público o privado, podamos contribuir al mejoramiento de la educación. Profundizar en estrategias basadas en una premisa de colaboración y de diálogo propositivo y desinteresado puede contribuir a sacar a un sector como el educativo de una espiral descendente que hace compleja la tarea de pensar en cualquier escenario optimista de desarrollo y progreso.