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Columnistas | PUBLICADO EL 15 marzo 2023

Esperando el reverdecer de la literatura colombiana

Paulo Mario Gallego Ulloa

Quiero aplaudir la valiente columna de Diego Aristizábal, del pasado 9 de marzo, y unirme a él en esa especie de grito “¡El rey va desnudo!” dirigido a esos escritores colombianos a los que ya se les agotó la imaginación, o la destreza literaria, o ambas, y nos castigan a los lectores con la publicación cada año de unas obras vacías, huérfanas de virtud estética, forzadas, escritas por compromiso contractual. El columnista Aristizábal se refirió en concreto a Fernando Vallejo, y suscribo todas sus palabras. Vallejo hace mucho que se contentó con disfrazarse de abuelo regañón y grosero, que antes hacía reír pero ahora ya ni eso, pues pasó a ser inocuo en sus obsesiones, ya escasas de significado y efectos.

Igual que el cine nacional, enfocado en los mismos temas, escaso de creatividad y tan falto de calidad técnica, la literatura colombiana parece estancada desde hace años. Frente a escritores y escritoras de Argentina o México, por ejemplo, el panorama aquí está desértico.

Cada opinión es forzosamente subjetiva, individual. En lo personal, creo que en este panorama estéril hay excepciones, como el libro Volver la vista atrás, de Juan Gabriel Vásquez, el de ensayo de Eduardo Escobar Cabos sueltos, la lectura como pecado capital o Lo que no tiene nombre, de Piedad Bonnett, brillantes y literariamente poderosos.

La prensa cultural se confunde en una sola con la industria de la promoción comercial, y de allí que presente como “obra trepidante” o “libro deslumbrante” textos que apenas pasarían la prueba de lectores –ni se diga de lectoras– exigentes. Siendo así las cosas, siempre quedará la posibilidad de volver a releer a grandes como Gabo, Germán Espinosa, el mismo Álvaro Mutis o, de los vivos, Darío Jaramillo Agudelo

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