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Columnistas | PUBLICADO EL 21 octubre 2022

Ese nudito en la barriga

¿Cuántas cosas caben en un ombligo? En el de mi padre cabía una bolita de cristal, en el de mi madre cabían todos los besos cuando corría a abrazarla.

Por Diego Aristizábal - desdeelcuarto@gmail.com

Me gusta detenerme en cada parte del cuerpo, en cada una de sus especificidades. He escrito sobre las manos y sobre los senos, sobre el cuello y los ojos, sobre las piernas y la boca, pero curiosamente nunca se me había ocurrido escribir sobre el ombligo a pesar de que este sello de nacimiento también cuenta discretamente con su diosa, la misma de la voluptuosidad: Onfalia.

Por eso cuando encontré el libro El ombligo como centro erótico de Gutierre Tibón, lo leí de un tirón sin dejar de sentir cosquillas concentradas en esa parte del cuerpo “donde puede encontrarse justamente el feliz punto de contentamiento”, como escribió el poeta Bonaventure Des Périers. El ombligo es más que ese nudo que nos queda del nacimiento porque es precisamente este la misteriosa puerta que nos alimenta antes de nacer. “Por el ombligo gozamos de la luz y vemos en él el símbolo de la alegría de haber nacido”, dice Tibón.

El ombligo tiene una tremenda carga erótica; por algo el Kama Sutra y Las mil y una noches, han dedicado fragmentos de alabanza a este “cáliz redondo al que nunca le falta licor”, como dice Fray Luis de León en la traducción que hace del “Cantar de los cantares”, donde el ombligo perfecto debía ser anular, cóncavo y hondo.

En Japón las mujeres se perfuman el ombligo por pura coquetería. En este mismo país el ombligo tiene un estrecho vínculo con la personalidad humana, tanto es así que partiendo de la hipótesis “no hay dos ombligos iguales” en las fichas antropométricas de la policía no falta el ombligo como importante elemento de identificación.

¿Cuántas cosas caben en un ombligo? En el de mi padre cabía una bolita de cristal, en el de mi madre cabían todos los besos cuando corría a abrazarla, en el de Hermann Goering cabía la muerte. Me explico. El comandante supremo del partido Nazi y creador de los primeros campos de concentración fue atrapado en 1945 y condenado a muerte por el tribunal de Nuremberg. No contento con esa determinación prefirió suicidarse al beber un potente veneno. ¿Cómo lo hizo si antes de encerrarlo le esculcaron hasta las coronas dentarias? El ombligo del obeso hombre fue el escondite de la cápsula letal. Nadie se imagina lo que cabe en un ombligo.

Pero estos inocentes puntos también han cargado con sus enemigos. William H. Hays, el onfalófobo número uno de la historia, censor del cine norteamericano en 1922, prohibió por varios años que se exhibieran ombligos en las películas. Hays veía en el pobre la marca satánica del pecado original. Franco también impidió que periódicos y revistas publicaran ombligos femeninos en las fotografías de bañistas en biquinis.

Mejor dicho, este pequeño libro hizo que yo me volviera a percatar de mi ombligo, me hizo creer nuevamente que ese huequito por donde nació Esculapio también puede ser un mirador para observar el interior y el pasado del ser humano

Diego Aristizábal

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