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A quien le sirva:
Feliz cumpleaños

09 de noviembre de 2024
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  • A quien le sirva: Feliz cumpleaños
  • A quien le sirva: Feliz cumpleaños

Por Ernesto Ochoa Moreno -
ochoaernesto18@gmail.com

Cumplir años huele a incienso quemado. Un denso aroma de fugacidad invade el alma y la tensa entre lo transitorio y lo eterno, entre lo efímero y lo que permanece. Eso que llaman melancolía y que es mucho más que melancolía. No es solamente el sentimiento que tiñe con luz de ocaso desleído las alegrías, las tristezas, los recuerdos del pasado, sino la apabullante experiencia de estar sumergidos en la temporalidad, que es parte de la condición humana.

Cada cumpleaños, pienso yo, es como un cruce de caminos en el que nos enfrentamos al mismo tiempo con la dolorosa sensación de lo irrecuperable y con la incertidumbre de un futuro que siempre está empezando. Resulta sabio pensar en ello, pero no embargados por la tristeza o tentados por la nostalgia, sino con el optimismo que implica el desafío del futuro, el saber que aún quedan nuevos horizontes y nuevos descubrimientos en la vida.

Quiere decir que a pesar de ver la eternidad a la vuelta de la esquina, pensar así lo mantiene a uno joven porque le eternidad cercana es una invitación a la juventud inmarcesible que nos espera, a pesar de y después del cataclismo de la vejez. Sería una cobardía, un pecado contra la fe y la esperanza, quedarse rezagados en el pasado, enjaulados en inútiles añoranzas. La única posibilidad de realización personal, de felicidad, de ser fructíferos en la vida, reposa en el tiempo que aún nos queda, así sea poco lo que nos resta.

El ser humano, que a menudo mientras más viejos menos humanos, suele verse acechado por una peligrosa. nostalgia. Y ese es el pecado. Caminamos casi siempre de espaldas al horizonte, embelesados en contemplar enfermizamente las huellas que van dejando nuestras pisadas. Es mal estilo para un caminante. Hay que avanzar sin mirar hacia atrás. De lo contrario nos quedamos atascados, frenados en este impulso hacia delante que es la vida. Quedamos convertidos en estatuas de sal, como la mujer de Lot.

En el pasado, como semillas germinales, quedan las experiencias, las lecciones recibidas, lo errores mismos que tenemos que capitalizar positivamente con miras a forjar mejor y con más perfección lo que nos resta de vida. No hay que llorar sobre la leche derramada, ni renegar del pasado. Llega un momento, y hay que aceptarlo, que es imposible querer vivir lo no vivido, revivir lo irrecuperable.

Vivir es tener el valor de ir dejando pedazos de nosotros mismos entre el polvo del camino, conscientes de que solo el futuro ofrece posibilidades de corrección.

Aunque no nos guste, al galope de este corcel del tiempo siempre se le enreda entre las patas el pensamiento de la muerte, de la eternidad. Y de Dios, por supuesto. El hombre es un cirio encendido que se consume, pero resplandece si se es fiel al propio destino, a las responsabilidades que brinda la vida. Por eso es bello en medio del naufragio del tiempo, entonar un himno a la alegría, al amor, a la dignidad humana, al entendimiento y la comprensión entre los hombres, seguros de que Dios nos espera en el último recodo del camino. Al otro lado del tiempo. En la esquina de la eternidad. Eso que llamamos muerte.

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