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Por Ernesto Ochoa Moreno - ochoaernesto18@gmail.com
¿Podemos contemplar el año que llegó a su fin, alegremente, satisfechos, felices, porque todo ha sido muy bueno? Si hacemos un balance, no encontramos motivos para aplaudir. El año que termina ha sido el año de la corrupción. No entendida ésta como simples episodios de inmoralidad, sino como el desplome total de los principios, de las actitudes, de la concepción de la vida. Los elementos de descomposición que se venían fraguando en el interior de la sociedad y de las personas, se han condensado en un estilo de vida a todas luces corrupta.
Tenemos, pues, motivos para estar alegres. Ha sido un año malo. El año de la corrupción. Cada vez más apremiantes los pasos al borde del precipicio, del caos, del desorden final. Porque añada a las cruces que han quedado en los caminos, en las calles, la desvergüenza de los funcionarios inmorales, los chanchullos, las trampas, los negociados, y tendrá la imagen exacta de la corrupción. La ley del dinero. Lo importante es conseguir plata, como sea. No interesa quién quede tirado en el camino. Enriquecerse a toda costa y a costa de todos.
Triste espectáculo. Porque detrás de la corrupción está un pueblo que cada vez sufre más el desarraigo, la falta de identidad, la ausencia de libertad. No se da la decadencia de la noche a la mañana. Es el represamiento de las injusticias, de las aspiraciones frustradas, de los sueños imposibles, de las esperanzas tronchadas.
A este punto, hago una pausa, amable lector, para confesarle que resulta más que cierta mi ya vieja percepción de que el periodismo de opinión es como predicar en el desierto. Porque los párrafos anteriores, (¿quién lo creyera?) no los escribí para este año de 2011, sino en enero de 1982, en referencia a 1981. Es una vieja columna que encuentro entre viejos papeles. Luego nada ha cambiado y todo sigue lo mismo. O peor. Lo dicho: arar en la mar, majar la dura piedra, que dice el Quijote. Eso: predicar en el desierto.
Y concluía mi artículo con un texto que trascribí del manuscrito de un libro inédito que me había regalado Fernando González, hijo. Advertía al aducir la cita: “Tema interesante éste la corrupción de nuestro pueblo. No sé si soy infidente al trascribir un párrafo de un libro inédito que estoy leyendo estos días, de un excelente pensador antioqueño, cuyo nombre todavía no revelo, pero a quien auguro un editor sin timideces:
“La entidad del proceso social colombiano es la carencia absoluta de identidad propia. No teniendo nada propio que defender, ninguna meta clara y propia que alcanzar, ninguna tradición genuina que respetar y madurar, la venalidad, el escepticismo, el miedo, la simulación, el negociado, se convierten en el sustrato del diario vivir, que se torna así, a través de las instituciones, en magnificación de la bellaquería, prohijamiento de bribonadas, manipulación de legalismo, legitimación de atrocidades. En la Colombia de hoy nada se crea, nada se conserva creciente y pugnaz, todo se corrompe en un mundo de determinismos artificiales creados por el sistema”.
P:D. El libro en mención, que se titula “Raíces aldeanas de la corrupción”, del escritor envigadeño Alberto Restrepo González, fue publicado en 1984 por la Imprenta Departamental de Caldas