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Para muchos este año que termina puede resumirse en una palabra: duelo. Duelo por aquellos que se han ido, algunos de manera inesperada. Duelo porque el encierro acabó con algunos proyectos o ilusiones que se tenían para este año; duelo por algún despido laboral quizás en una empresa donde uno se sentía a gusto y contaba con cierta estabilidad; duelo por un divorcio, ya que la cuarentena evidenció problemas matrimoniales serios que quizás concluyeron en una separación. A lo mejor quien lea este artículo se sienta identificado con uno o más de los problemas descritos en el párrafo anterior o identifique más bien a algunos de sus amigos o familiares.
Estuve leyendo el libro “Las tareas del duelo” de Alba Payás Puigarnau, con el fin de tener mejores herramientas para ayudar a algunas personas que de manera particular me han compartido los dolores que les ha traído este extraño 2020, que está a pocas semanas de terminar.
Cuando se entra en un duelo, lo más importante es reconocer que se está en esa etapa. “Al duelo hay que decirle ‘hola’ para poder decirle ‘adiós’”, dice Payás. Es necesario dejar que el dolor salga. Las lágrimas, más que ser vergonzosas y mostrar vulnerabilidad, son un mecanismo de descarga, de limpieza, que pueden traer el alivio de una pena cuya intensidad va bajando en la medida en que se va soltando. En el duelo son fundamentales las redes de apoyo. Los amigos y familiares se vuelven soportes importantísimos en este proceso y pueden reducir significativamente la intensidad del dolor, por algo dice el dicho “una pena entre dos es menos atroz”. Mientras más se enfrente la pena, mientras menos se salten etapas y si se comparte el dolor, la persona irá abriendo caminos de sanación adecuados.
Sanarse no quiere decir olvidar al ser querido perdido o la experiencia difícil vivida. Sanarse significa integrar al día a día un dolor asimilado, madurado, que permite ver la vida con otros ojos.
Un duelo bien llevado puede evitar en el futuro estrategias de evasión de otro duelo que en un principio hace ver a la persona como alguien fuerte, pero a la larga, estas estrategias pueden resultar patológicas, porque el dolor puede somatizarse y transformarse en una enfermedad crónica. En cambio, quien hace un proceso adecuado de duelo estará maduro para acompañar a quienes tengan pérdidas y dolores similares. Su experiencia puede motivar a otros a superarse.
Nadie está libre de pasar por experiencias fuertes de dolor, lo importante es vivir el duelo con la conciencia de que son tiempos difíciles, permitiéndose llorar cuando sea necesario y buscar sobreponerse, aunque cueste. Pues, quien supera un duelo, como dice Payás, “ya no está tan preocupado por el pasado sino por cómo vivir en un presente en el que la persona querida ya no está”.