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Llámense ancianos, adultos mayores o abuelitos (la mayoría de ellos lo son y se sienten orgullosos de ello), las personas mayores sí que están sufriendo en estos tiempos de pandemia.
A todos nos ha cambiado la vida. Expresiones como “reinventarse”, “nueva normalidad” entre otras, se pusieron de moda cuando ese virus diminuto vino para cambiar nuestra rutina. Para encerrarnos en nuestras casas y hacer de ellas una nueva minisucursal de nuestro lugar de trabajo, estudio, gimnasio o incluso centro comercial. Nos hemos tenido que privar de cosas que considerábamos esenciales. Muchos de nosotros nos hemos visto obligados a aumentar en altísimas dosis el consumo de tecnología con el fin de seguirnos comunicando. Las reuniones de trabajo o estudio en una salita adecuada han sido sustituidas por nuestro encuentro con la pantalla donde aparecen decenas de cuadritos con los rostros de nuestros amigos, compañeros o colegas (bueno, de los que encienden la cámara).
Pero esa no es la suerte que corren muchos adultos mayores. A ellos los agarró la revolución tecnológica cuando ya tenían una vida construida con relaciones personales, llamadas telefónicas, libros, periódicos impresos y otros instrumentos que los satisfacían y por ello, muchas de las personas de la tercera no consideraron necesario aprender a usar internet ni sus derivados. De todo imaginaron menos que en el atardecer de sus vidas les fuera a tocar semejante pandemia, algo que no habían vivido antes. Y por eso hoy muchos de ellos están solos e incomunicados.
En la época pre-pandémica, aprovechaban el tiempo para participar de clubes, clases de gimnasia, pintura o cerámica, voluntariados, grupos o ministerios en alguna iglesia. Invertían su tiempo viajando o asistiendo a conferencias para seguir enriqueciendo su cultura. Pero ahora estos espacios que les eran tan significativos han desaparecido. Pienso en tantos de ellos que han tenido que quedarse en la casa sin ni siquiera recibir la visita de sus hijos. Sin poder jugar con sus nietos a quienes tanto quieren y extrañan y quienes les han dado tanta vitalidad.
Algunos, los más osados en el uso de las tecnologías, han sabido reinventarse al mejor estilo de los adultos jóvenes y han trasladado esas reuniones grupales a las plataformas virtuales. Zoom les es tan familiar como si este hubiese existido desde los años 60.
Pero para otros el hecho de reinventarse significa ingresar en un mundo desconocido e incluso antipático. Además, muchos están envueltos en la incertidumbre que a todos nos aqueja hoy y son conscientes de ser parte de la población vulnerable. Ya ni siquiera tienen como recurso aquella vueltecita por el parque que tanto los despejaba.
En tiempos de pandemia, llamemos a aquellos ancianos que conocemos y queremos. Si no podemos visitarlos, por lo menos un telefonazo largo los hará sentir queridos, les permitirá entretenerse y salir de la monotonía en la que llevan más de tres meses.
No olvidemos a los ancianos. Acudir a ellos traerá muchos bienes recíprocos ya que a nosotros nos hará bien saber de ellos, recibir sus consejos y sus buenas dosis de sabiduría. Quizás ellos están a la espera de nuestra atención y cariño. Quizás esto nos ayude a llenar de sentido nuestra vida en estos tiempos de pandemia.