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Columnistas | PUBLICADO EL 25 enero 2021

El verdadero poder

Por Lina María Múnera G.

muneralina66@gmail.com

Seguramente muchos recordamos de manera vívida esa emoción que se produjo en nosotros el día en el que logramos unir las letras que estaban impresas en una hoja, tal vez de una cartilla, y nos dimos cuenta por primera vez del mundo que se abría. Si el tan manido verbo “empoderar” hubiera estado de moda en ese entonces, nada podría definirlo mejor que esa sensación de autonomía y poder que da el saber que acabamos de aprender a leer.

Desde ese momento, cualquier palabra escrita se convertía en un reto por conquistar: los avisos de las vallas publicitarias en la calle, las portadas de las revistas en el supermercado, la factura de la luz que el cartero deslizaba debajo de la puerta y, por supuesto, cada uno de los primeros libros infantiles que hasta entonces nos leían los adultos. Una sensación de independencia aún no definida se apoderaba de quien hasta ese momento había descubierto el mundo bajo la tutela de las personas mayores. Y a partir de ahí, para muchos, comenzaba una apropiación del mundo que requería tiempo libre y soledad.

Esa experiencia iniciática choca hoy en día con toda clase de actividades a las que los padres consideran que debe exponerse un niño: clases de música, deporte, cocina, refuerzo de matemáticas o terapias de cualquier estilo. A esto se suma la dependencia tecnológica desarrollada cada vez a más temprana edad y entonces se borra del panorama la posibilidad de no tener nada que hacer para encontrarse con la palabra. Leer se convierte en una mera herramienta y no en una fuente de placer per se.

Esto es algo que describe de manera poética y un tanto melancólica Michel Crépu en su texto Ese vicio todavía impune: “La experiencia de la soledad, de la mirada posada en la ventana sobre los tejados, la experiencia de esa tristeza tan extraña y dulce que está en el fondo de todos los libros como una luz de sombra, esa experiencia capital en la que consiste la iniciación al mundo y a la finitud, esa experiencia se ve como impedida, incluso prohibida”.

Sin nostalgias o anacronismos, entendiendo el presente y dándole todo el valor que tiene, sí vale la pena una pequeña reflexión sobre la importancia de la lectura en la construcción del individuo. Las bases sólidas que se cimentan en la infancia gracias al descubrimiento de los primeros textos, van más allá del poder gratificante inmediato. Su valor reside en la compañía constante de un medio que invita a pensar y a soñar otras posibilidades para esta, a veces, pesada realidad

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